Por qué no trabajamos en el Día del Trabajo

Por: Redacción
Compártelo en tus redes...

Aunque seguro has oído hablar de los Mártires de Chicago, la primera propuesta de 8 horas de trabajo se remonta a la época del Virreinato

4 de mayo de 1886, Chicago

Más de 20 mil personas estaban terminando de manifestarse (como parte de una serie de demandas laborales iniciadas el día 1 de mayo) en Haymarket Square, cuando un grupo de 180 policías comenzaron a reprimirlos para que desalojaran la plaza. De pronto, alguien arrojó una bomba hacia los uniformados (que mató a un oficial y dejó a varios heridos); como respuesta, la policía empezó a disparar a la multitud, matando e hiriendo a decenas de obreros.

No tardó en declararse estado de sitio en la ciudad de Chicago y, con el pretexto de “encontrar a los culpables”, las autoridades detuvieron y torturaron a cientos de obreros, de los cuales ocho personas fueron llevadas a juicio. Aunque nada pudo probarse en su contra, los “ocho de Chicago” fueron declarados culpables, acusados de “ser enemigos de la sociedad y el orden establecido”. Tres de ellos fueron condenados a prisión y cinco a la horca. 

Este evento fue la culminación de una serie de protestas por exigir mejores condiciones laborales. “Ocho horas para trabajar, ocho horas para dormir y ocho horas para la casa” ( frase acuñada en 1817 por Robert Owen), era la petición que 200 mil obreros solicitaron el 1 de mayo de 1886, al iniciar una huelga masiva en las fábricas de Chicago.

Primeros intentos

Es curioso que el primer registro sobre la jornada de ocho horas se originó en el siglo XVI, cuando Felipe II estableció un Edicto Real para los trabajadores que construyeron El Escorial:

“Todos los obreros de las fortificaciones y las fábricas trabajarán ocho horas al día, cuatro por la mañana y cuatro por la tarde; las horas serán distribuidas por los ingenieros según el tiempo más conveniente, para evitar a los obreros el ardor del sol y permitirles el cuidar de su salud y su conservación, sin que falten a sus deberes”.

Además, recibían diez días de vacaciones al año con salario incluido y, si resultaban heridos en las obras, tenían derecho a recibir media paga: “Si el trabajador se descalabrase que se le abone la mitad del jornal mientras dure la enfermedad”.

Algunas de estas condiciones laborales también se extendieron a la Nueva España, a pesar de que contaba con una legislación propia. En el Código del trabajo del indígena americano, del historiador Antonio Rumeu de Armas, se registra que las Leyes de Indias garantizaban la jornada de ocho horas, repartida en dos sesiones “para librarse del rigor del sol”, con la salvedad de quienes estaban en las minas, cuya jornada se reducía a siete horas “desde las siete de la mañana hasta las cinco de la tarde, para que se conserven mejor”. Por supuesto, una vez que terminó el reinado de Felipe II estas indicaciones laborales fueron olvidadas por completo. 

Segundo round

En el siglo XIX, en el auge de la Revolución Industrial, los obreros trabajaban 12 horas al día durante seis o siete días a la semana; los salarios eran ínfimos y las condiciones de seguridad e higiene eran nulas; esto provocaba accidentes y afectaba la salud de los trabajadores. Incluso los niños, algunos de cinco o seis años, trabajaban en minas, fábricas e industrias en las mismas agrestes condiciones que los adultos.

En la década de 1850 comenzaron una serie de protestas en Sydney y en Melbourne, Australia. El 21 de abril de 1856, los canteros de la ciudad de Victoria estaban trabajando en la construcción del edificio Old Quadrangle (sede de la Universidad de Melbourne), cuando decidieron dejar sus herramientas y marchar hacia el Parlamento junto con otros trabajadores de la construcción y no retomar sus actividades hasta que les garantizaran condiciones mínimas de trabajo (la triada de las 8 horas). La protesta fue un éxito y los obreros celebraron el 12 de mayo siguiente la obtención de sus derechos aunque en la actualidad, curiosamente, en Australia el Día del Trabajo se celebra el primer lunes de octubre. 

Este movimiento de los canteros australianos inspiró a otros, al grado de que en 1868, el presidente estadounidense Andrew Johnson promulgó la llamada Ley Ingersoll, ​que “establecía la jornada de ocho horas”. Como esta ley no se cumplía, los obreros empezaron a sindicalizarse en organizaciones como la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo y la Federación Americana del Trabajo. Esta última anunció que reclamaría una jornada de ocho horas y que, en caso de no reconocerse ese derecho, sus afiliados irían a huelga en mayo de 1886.

Tercera llamada

En 1889, por acuerdo del Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, celebrado en París, se declaró el Día Internacional de los Trabajadores, como un homenaje al movimiento de los Mártires de Chicago, pero sobre todo en defensa de los derechos humanos fundamentales.