Hay crisis que nos rompen en mil pedazos, pero, tarde o temprano, llega el tiempo de reconstruirnos. Ya no somos los mismos: las cicatrices de esas heridas nos hacen más fuertes
Por Genaro Mejía
Cuando entré a mi oficina esa mañana de junio de 2002, me encontré con una sorpresa: un desconocido ocupaba mi silla y mi escritorio e, incluso, tomaba café de mi taza.
Una semana antes, había tomado vacaciones después de tres años de no hacerlo. Cuando me fui, era jefe de un área de comunicación de una dependencia del Gobierno del Distrito Federal, con 42 personas a mi cargo.
A mi regreso, ya no tenía oficina, ni escritorio, ni equipo, ni empleo. Poco después también mi novia me dejó. Fue mi primer gran fracaso y mi primera cicatriz emocional profunda. Sin amor y sin trabajo me sentí roto en mil pedazos.
Pero la historia no terminó ahí. Me pasó como en el kintsugi, una antigua técnica artesanal para reparar cuencos de cerámica rotos, que destaca con un barniz de oro las “cicatrices” doradas del recipiente. El resultado de esta restauración es un nuevo objeto que, al destacar sus imperfecciones, se convierte en algo aún más hermoso.
En mi propia reconstrucción, busqué reencontrar mi sueño de ser periodista cultural. Llevé mi CV a todas las revistas y diarios de la ciudad. No hubo resultados. El dinero empezó a escasear: mis ahorros se habían ido al pago de las mensualidades de mi departamento.
Pasaron tres meses más. Hubo días que no sabía lo que iba a comer.
Recuerdo regresar a mi depa después de visitar la casa de mis papás, abrir mi mochila y encontrar entre mis cosas algunos productos de despensa que mi mamá me ponía a escondidas. Me soltaba a llorar de frustración, pues de ser el hijo mayor que siempre ayudó a sus papás, ahora era yo quien necesitaba ayuda. Me sentía impotente.
Fue la primera vez que tuve que aprender a autogestionarme: mis emociones, mi sentimiento de fracaso y mi frustración.
Tu nuevo yo
A veces la puerta que se abre viene de un lugar que jamás imaginaste.
Un día, me llegó el rumor de que El Universal buscaba a un reportero para la sección cultural. Recordé que ahí trabajaba una querida amiga de la universidad. Así que le llamé para preguntar por el puesto. No la encontré. Quien me respondió el teléfono resultó ser otro antiguo compañero de la escuela, quien me dijo que no había tal plaza libre. “Pero hay chance en Finanzas. ¿Le entras?”, me dijo.
Aunque siempre había odiado los temas que tuvieran que ver con matemáticas y dinero, el hambre y la necesidad me gritaron que tomara esa oportunidad. Así que junté mis pedazos rotos y pedí el trabajo.
Después de una semana de prueba, empecé como secretario de redacción, con una quinta parte de mi sueldo anterior y con cuatro diferentes jefes. Gracias a esa decisión, hoy he construido una carrera de periodista de negocios de más de 20 años, he aprendido mucho y he sido muy feliz.
“A pesar del desorden del mundo que me rodea, me doy permiso para dejar de lado cualquier noción de perfeccionismo y apoyarme en la idea de aprendizaje y crecimiento continuos para que, con el tiempo, mis debilidades puedan convertirse en fortalezas”, explica Jonathan Westover, académico y consultor experto en liderazgo organizacional y talento humano.
Así lo hice: tomé el nuevo empleo como una oportunidad de aprender algo nuevo, me dejé llevar, fluí. Esa crisis que me rompió y me hizo reconstruirme para tomar un nuevo rumbo me ha traído hasta aquí, con una familia que amo y como alguien que quiere seguir aprendiendo a vivir mejor.
Por eso hoy doy las gracias por esa crisis que me quebró y por el imperfecto ser humano que resultó de volver a unir los pedazos rotos.
Genaro Mejía es periodista de negocios, mentor, consultor y speaker. LinkedIn Top Voices Latam 2019 y fundador de BAR EMPRENDE