Cada vez es más común encontrar elementos urbanos con los que se busca inhibir que las poblaciones callejeras hagan uso de espacios públicos o privados
Brenda Raya es cronista, geógrafa e integrante del Colectivo Callejero
Cualquier persona con una tarjeta de banco ha utilizado un cajero automático de noche y es seguro que alguna vez ha encontrado personas sin hogar durmiendo en el suelo de estos espacios, que funcionan como resguardo del clima y de los peligros propios de la calle: fauna nociva, agresiones o el robo de pertenencias.
Para la población callejera, los cajeros cumplen la misma función que cualquier resquicio urbano bien adaptado. Quizá por ello cada vez es más común encontrar elementos que buscan inhibir su uso: adaptaciones al mobiliario urbano o a las edificaciones públicas o privadas de la ciudad.
“Soluciones” a un problema humano
Hace al menos una década que el término arquitectura hostil apareció en escena. También se le conoce como arquitectura agresiva o anti-homeless. Consiste en la colocación de elementos sobre el mobiliario urbano con el único fin de evitar la interacción social.
Puntas o pinchos sobre los bordes de las banquetas, bancas con reposa brazos para evitar que alguien se acueste sobre ellas, texturas pronunciadas, jardineras de gran tamaño, rejas, barrotes, elementos posteriores al diseño original, con una intención intimidatoria y agresiva. A veces se trata de elementos que se presentan como “soluciones” a otros problemas.
Por ejemplo, estaciones de bicicletas que de un día a otro aparecen justo en el lugar donde suelen pernoctar las personas en la calle. Así ocurrió recientemente en la calle Revillagigedo esquina Independencia, en el Centro, donde apenas hace unos días, pese a ser un sitio sin iluminación, fue instalado un bastidor para bicicletas justo en el lugar donde un grupo de personas solían pasar la noche.
De acuerdo con un censo de la Red de Investigadores de Estudios Avanzados en Trabajo Social, citado por la Fundación del Centro Histórico de la Ciudad de México, es la colonia con mayor número de poblaciones callejeras. Se identificaron 218 puntos, con mil 273 personas, de las cuales 855 son hombres, 307 mujeres y 111 niñas y niños.
El término arquitectura hostil es en sí mismo una contradicción, pues por definición la arquitectura es el arte de construir edificios para satisfacer las necesidades del ser humano, bajo principios estéticos y de funcionalidad. Cabe preguntarse: ¿en quién radica la responsabilidad de este diseño agresivo? La respuesta es compleja.
Por ejemplo, la colocación de picos sobre el marco de una ventana en una pastelería depende directamente del dueño o dependiente del lugar, no hay un ordenamiento que se lo impida. Así mismo hay proyectos de otra escala que dependen, por ejemplo, de la gestión de una alcaldía o del gobierno central.
Ejemplo de ello fue el cerco de la plaza del extinto Teatro Blanquita, uno de los sitios históricos de habitación y pernocta de las poblaciones callejeras, que cerró en plena crisis de la pandemia, gracias a la prohibición de aglomeraciones de personas.
Aunque ambas son medidas que afectan o prohíben la interacción social, no pueden ser evaluadas bajo el mismo criterio, pues en el caso de la pastelería se trata de alguien que piensa en “cuidar la imagen” del negocio, impidiendo que alguien duerma en su puerta, mientras que la administración de la alcaldía estaría incurriendo en la ocultación de un problema social.
La convivencia más allá de la desigualdad
La arquitectura hostil se vuelve una medida que afecta a todx habitante de la ciudad. Parques enrejados y bancas incómodas degradan la imagen de la ciudad como espacio de convivencia. Y aunque parece muy evidente, no siempre es fácil identificar ni su presencia ni sus efectos, puesto que no todas las personas se relacionan de la misma manera con la ciudad. La presencia de bolardos y pinchos en las banquetas afecta también a la comunidad en silla de ruedas, además de ser elementos incómodos y riesgosos para las personas mayores.
El sacerdote Júlio Lancellotti, defensor de los derechos de las poblaciones callejeras, denunció activamente la creciente presencia de elementos hostiles en la arquitectura urbana de São Paulo, Brasil.
El sacerdote impulsó una ley, que entró en vigor en enero de 2023, que prohíbe el uso de materiales, estructuras y técnicas de construcción hostiles en lugares públicos que dificulten el acceso a las personas sin hogar. Bajo esta creciente tendencia urbana no es imposible pensar respuestas similares en otros lugares del mundo. En palabras de Lancellotti:
“Mazo a toda la arquitectura hostil. Que toda la arquitectura hostil sea removida y nunca más implementada. Que tengamos especial cuidado con la salud mental, con el sufrimiento de la población sin hogar. Es un tema específico, urgente, como es urgente tener dónde vivir, pero tener la dignidad de vivir, con autonomía, con equilibrio, con el afecto que sea necesario”.