La sala de prensa de Campus Party está atestada de periodistas ansiosos por entrevistar a Paul Zaloom, el comediante y titiritero neoyorquino que durante años estuvo bajo la explosiva peluca de Beakman. A sus 64 años, Zaloom reconoce que actualmente es otro “hippie calvo” que detesta dar consejos y sermonear a los jóvenes. Usa gorra negra y calza unos New Balance; le da traguitos a su Yakult y explica que su trabajo consiste en ser divertido. “A veces funciona y a veces no”. El viejo está relajado y promete tener un Keynote loco con chistes sobre Donald Trump.
Alguien suelta la pregunta obligada: ¿Cómo explica la popularidad de El Mundo de Beakman en México? Zaloom alega que quizá fue porque el personaje hablaba directamente a la cámara y porque los escritores del programa eran realmente talentosos: capaces de explicar la teoría de la relatividad de Einstein en una cápsula de seis minutos.
Se cuela una voz del público: “¡Y porque los que hacían el doblaje eran unos chingones!”. Misterio insondable: ahora los científicos millenials le agradecen a Paul el haberlos iniciado en los universos de la física y la química.
Sin Beakman, muchos inventores talentosos estarían desamparados. A su modo, Zaloom es un santo patrono de los nerds. “Cuando empezamos el show nunca imaginamos el impacto que iba a tener; luego, una noche, Steven Spielberg declaró que Beakman era su programa favorito y fue como…” Las expresivas manos de Paul completan la frase: “What da’ fuck!!”.
¿Su gran influencia? “De niño veía The Soupy Sales Show, un espectáculo de sketches que en buena medida inspiró a mi personaje”.
Después, un choro: “el entusiasmo de los campuseros me hace pensar que el futuro de México será brillante…”, bla, bla, bla, bla. “Hoy fui al Hospicio Cabañas a ver las pinturas de Orozco y comí en el mercado San Juan de Dios…”, bla, “I love México you know, the people is very warm and bla bla bla…”.
Mi turno: ocho minutos para entrevistar personalmente a Paul Zaloom:
—¿Cómo nació tu inquietud por las marionetas?
—De niño me encantaban las cosas pequeñas, las miniaturas. Me gustaba acercarme muy cerca a los juguetes chiquitos e imaginarme que eran enormes. A los 19 años, en la Universidad, la compañía de Bread and Puppet Theatre hizo escala en mi escuela y desde entonces trabajo con ellos. Podría describirla como una compañía radical, anarquista e influenciada por el expresionismo alemán. Algo muy loco y divertido.
—¿Tú diseñas los muñecos?
—Mmm… sí y no… Colaboro con mi pareja artística. Normalmente yo diseño la mayoría, pero depende para qué los vamos a utilizar. Ella es mejor como constructora, pero yo hago lo mío con mis diseños raros y grotescos. Diría que nos complementamos bastante bien.
—¿Cómo es un día normal en la vida de Paul Zaloom?
—Me despierto y justo antes de pararme de la cama me esfuerzo intensamente para ponerme de buen humor, porque mi inclinación natural es despertar de un pésimo humor. A veces triunfo, me pongo de buenas y empiezo el día. Leo el periódico en internet, nado en el mar, hago mis espectáculos de marionetas o me clavo horas leyendo sobre la historia del siglo XX. Sobre todo leo mucho.
—Gracias. Oye Paul y mghm… mghm… ¿Tienes alguna teoría personal sobre cómo funciona el sentido del humor?
—Pues cuando se me ocurre algo chistoso a veces me pregunto: “¿Cuál es la gracia?”. Lo pienso un rato y enseguida decido que me vale madres. Es un tema realmente interesante. Hay una superstición entre comediantes que dice lo siguiente: si comprendes el fenómeno a profundidad, dejarás de ser gracioso. No lo sé pero me acuerdo de Robin Williams, que era buen amigo mío, y él siempre estaba buscando pendejadas para hacerte reír. Su cerebro era una fábrica humorística. Quiero pensar que me pasa lo mismo, aunque no soy tan talentoso como él era. Tú me viste: llegué, hice mis chistes y los de la prensa apenas se rieron. Volviendo a la pregunta te diría que el humor está ligado a la intuición, y tal vez solo hay una regla de oro: no lo forces, por favor, no lo forces.
(JOSÉ MANUEL VELASCO)