Estoy caminando por los jardines de la Biblioteca Vasconcelos (la de Buenavista, la de las goteras y el olor a arrachera) con su nuevo director Daniel Goldin, quien me está convenciendo de que este recinto es más que sus escándalos.
Yo había ido a la biblioteca antes, a trabajar. No me había impresionado para nada su colección de libros; el acervo es más bien mediocre. Además, claro, que uno entra a este edificio prejuiciado por las notas negativas provocadas por el despilfarro y la corrupción de sus constructores.
Pero Goldin me está diciendo (y yo lo anoto diligentemente) que hay que mirar a esta biblioteca más allá de su mala fama. Hay que verla como un espacio público. Después de todo, me dice, gracias a la tecnología los acervos están disponibles casi desde cualquier lado. Las bibliotecas deben convertirse entonces en un lugar donde la gente encuentre servicios educativos (que no están en línea), pero sobre todo, un sitio donde las personas se encuentren con otras personas para que aprendan del intercambio.
Goldin es el primero en poner en práctica esto del aprendizaje por medio del otro; durante las semanas pasadas, se ha dedicado a observar a la gente que ocupa la biblioteca, esta obra de Alberto Kalach que parece salida de la película The Matrix: unos vienen a tomar fotos, otros a dibujar, otros a pasar el rato y refugiarse del tráfago de la ciudad. Un día, Goldin se encontró a un grupo de danza que ensayaba junto a un espejo de agua, en el jardín. Les preguntó por qué practicaban precisamente allí. “Por que aquí nos reflejamos”, dijeron. Daniel me dice: “Eso es una biblioteca, un espejo. El chiste es atreverse a cruzarlo”.
Daniel piensa ocupar los jardines y promover otros intercambios culturales. Este domingo 28 de abril, con motivo del día del niño, ha invitado a un grupo más bien heterogéneo de personas: investigadores académicos, músicos, pintores (hasta un enterrador mencionó) que van a estar hablando con los niños.
“No se trata de lanzar grandes discursos, sino de mostrar la grandeza de lo pequeño”, dice Goldin, que es especialista en divulgación de la cultura. Piensa que este ejercicio es como permitirles a los niños abrir un libro, sólo que esta vez en la forma de un profesionista, del practicante de un oficio.
El chiste, claro, es compartir mundos.
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* Guillermo Osorno es director de la revista Gatopardo y cronista de la ciudad. Fue director de la revista dF y compilador de los libros ¿En qué cabeza cabe? (Mapas, 2004) y Crónicas de otro planeta (Random House, 2008). Es egresado de la escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia y profesor de periodismo narrativo en la maestría de periodismo y asuntos públicos del CIDE.