“Conviértete en alguien exitoso sin ser un imbécil que no le cae bien a nadie”. Este eslogan se puede leer en un autobús en el área de San Francisco y está orientado a acercar a jóvenes de los Estados Unidos a ser parte de la revolución tecnológica de Silicon Valley que, según los dirigentes de las compañías más grande de este dorado valle cibernético, está cambiando el mundo.
Esta anécdota forma parte de un extenso y estupendo artículo llamado “Change the World” (Cambia el mundo) en la revista The New Yorker.
El eslogan del autobús establece una clara diferencia entre los millonarios del sur de California y los banqueros y financieros de Wall Street: mientras que unos transforman el mundo al establecer tecnología al alcance de cualquier persona, los otros son unos mafiosos rapaces que se enriquecen a expensas del empobrecimiento del ciudadano promedio.
Sin embargo, aun para los genios del Silicon Valley las cosas han comenzado a adquirir un rumbo diferente. La transformación de su comunidad –en 35 años pasaron de ser una población clasemediera, en la que prácticamente todos los jóvenes tenían un lugar en una escuela pública y en la que la vivienda promedio costaba 150 mil dólares a un exclusivo condado en el que la vivienda promedio cuesta 2 millones de dólares, donde viven varias decenas de billonarios y miles de millonarios y en la que en los últimos dos años creció en 20% la tasa de indigentes y ahora hay un registro récord de ciudadanos viviendo por debajo de la línea de la pobreza–, ya no es un asunto que pase desapercibido por ellos.
A pesar de que prácticamente todas las grandes compañías tecnológicas han creado micro ciudades en las que sus trabajadores pueden conseguir desde acceso a un SPA hasta que les tapen una caries, algunos dirigentes como Mark Zuckerberg comienzan a entender que lo que sucede fuera de estas pequeñas burbujas utópicas también les concierne y han decidido emprender acciones políticas acorde con los ideales que rigen sus empresa. La promoción en las más altas esferas gubernamentales norteamericanas de una reforma migratoria, es un ejemplo de ello.
Independientemente de que pensemos que las inmensas fortunas de estos nuevos paladines de la filantropía política son parte de la solución o del problema del orden mundial actual, podemos rescatar de este hecho la conciencia colectiva que súbitamente adquieren los empresarios del Sillicon Valley.
En nuestro país solemos arrojar nuestros ánimos linchadores a la clase política (con muchas razones de por medio) pero un verdadero cambio de rumbo pasa también por la configuración de una clase empresarial más consciente, menos corrupta, más comprometida y menos voraz.
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