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Huitzilopochtli nomás nació y descuartizó a su hermana, Coyolxauhqui (en su defensa alega que ella quiso matarlo primero). En los tiempos en que aún nos dirigía la palabra, tuvo ideas discutibles como exigir sacrificios humanos ilimitados, o convertirse en colibrí para presentarse como feroz dios de la guerra. Su decreto que estipulaba fundar una ciudad donde un águila sobre un nopal se merendara una serpiente tenía posibilidades mercadotécnicas: no faltaría quien quisiera usarlo como escudo en banderas o monedas. Como motivo urbanístico, en cambio, es un fiasco.
El águila tuvo a bien cenar en un islote. El paisaje debió ser soberbio: cielo azul, el vasto mar de Texcoco, volcanes nevados, el islote, el nopal. Pero, estimado Huitzilopochtli: la próxima vez que andes fundando ciudades, piensa que una cosa es edificar con vista a la laguna, y otra, muy distinta, en la laguna. Tu colega Tláloc muerto de la risa, seguro.
Estoy padeciendo las consecuencias de tu ocurrencia: uno, la perceptible inclinación de mi departamento provocada por los reacomodos de un subsuelo fangoso y dos, el hilito de agua que desde hace una semana cae intermitentemente en mi lavabo. Viene desde el río Cutzamala, cauce que jamás tuvo intenciones de desembocar en esta metrópoli: le están dando mantenimiento. En un barrio civilizado, como se supone es la Roma, bañarse con jícaras parece costumbre del neoclásico tardío.
Tu idea tiene consecuencias hasta en el trazo caprichoso de algunas avenidas que en otro tiempo fueron lo que su nombre indica: Río Churubusco, Río San Joaquín, Río Becerra, Río Mixcoac, Río Piedad, Río Consulado, Barranca del Muerto… Incluso Campos Elíseos, pese al nombre parisino, debe su traza irregular a que debajo corría el arroyo de Los Morales.
La enorme laguna de Texcoco no tenía salida al mar. La alimentaban más de 70 afluentes. Conforme creció la mancha urbana, se volvieron cloacas. En el siglo pasado se decidió mejor entubarlos y, ya entrados en gastos, convertirlos en vialidades. Imaginemos al Sena transformado en Viaducto, al Támesis en Circuito Interior, al Volga en avenida.
Los grandes ríos que cruzan muchas ciudades densamente pobladas se han podido regenerar y en muchos de ellos corre agua potable. Aquí intentamos rehabilitar el arroyuelo de la Magdalena, que viene de los Dinamos y baja hasta Coyoacán. Un fracaso. Hay movimientos que buscan devolver su carácter de río al Viaducto, y ya van tres picnics en sus camellones para hacer conciencia. Nada. Sería genial revertir el daño. Me temo que está hecho. Mientras tanto, querido Huitzilopochtli, espero que para cuando esta columna se publique ya hayan reestablecido el sistema Cutzamala y yo pueda bañarme.
(FELIPE SOTO VITERBO)