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No cabe duda de que Hugo Chávez tiene un lugar asegurado en los libros de historia.
Su carismática e irreverente personalidad polarizaba los juicios en torno a su figura: era acérrimamente odiado o venerado como un gran patriarca.
Su programa televisivo “Aló, Presidente” fue una especie de reality show de la manera en la que detentaba el poder.
En él podíamos ver a un líder carismático, caprichoso, autoritario, apasionado e inteligente que conducía el destino de su nación de esa misma manera.
Su legado, al igual que la opinión que genera entre la gente, está partido en dos: por una parte deja un país en el que la tasa de homicidios se triplicó durante su gestión, con una flagrante corrupción gubernamental y una política de comunicación hostil hacia la libertad de prensa.
Manejó la bonanza petrolera igual que lo hacen los países subdesarrollados que son ricos en petróleo: como una inmensa caja chica (valga el oxímoron) que le permitió gobernar a su antojo pero que a la larga trajo poco desarrollo a su país.
Por otra parte su sueño de ser un Bolívar moderno dejó un continente sudamericano más unido y tuvo una conexión indudable con las clases más desfavorecidas de su país.
Sin embargo no es este tipo de legado el que me gustaría resaltar ya que de esto se hablará en exceso en otros espacios.
Chávez deja una herencia invaluable a la cultura con el impulso que le brindó al proyecto del Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, un programa que demuestra una idea en la que insistiré en este espacio: el poder transformador de las artes.
El Sistema, como se le conoce en Venezuela, es una red de 120 orquestas juveniles y 60 infantiles aproximadamente en la que cerca de 400 mil jóvenes de bajos recursos reciben instrucción musical de altísimo nivel.
El programa fue concebido como un método de prevención criminal para ayudar a niños y jóvenes carentes de oportunidades a reconducir sus vidas a partir de la música.
Hoy en día son un proyecto de referencia mundial que tiene como principal abanderado a Gustavo Dudamel: uno de los más directores de orquesta de mayor prestigio en la actualidad.
Este tipo de ejemplos muestran que el combate a la delincuencia tiene estrategias más sofisticadas y funcionales que combatir la violencia con violencia.
Reconstruir el tejido social implica darle a miles de jóvenes en nuestro país la posibilidad de darle sentido a sus vidas. Qué mejor vehículo que la música para lograr este propósito.
¡Anímate y opina!
*Diego Rabasa es parte del consejo editorial de Sexto Piso y del semanario capitalino La semana de Frente.
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