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No hay verdadera cinefilia sin irracionalidad. El 99% de las películas se debaten, comprenden o critican, pero hay un porcentaje pequeñísimo que esquiva la lógica y entra directo a nuestros gustos personales sin que podamos objetar. Uno de mis amigos más cinéfilos llora desamparado cada vez que ve Armageddon, y no hay argumento que pueda convencerlo de que su cinta predilecta es deficiente en todos los aspectos. Algo de ese bodrio espacial lo conmueve profundamente: su amor va más allá del análisis. Le gusta. Y punto.
Algo similar me sucedió esta semana con Man of Steel. Bastaron cinco minutos de proyección para que mi lado crítico y serio concluyera que estábamos a punto de ver una basura. Las señales abundan: Michael Shannon sobreactuando como protagonista de telenovela y Russell Crowe enunciando cada diálogo como si siguiera metido en el Coliseo, acompañados de una estética que recicla el diseño de muchísimas películas de ciencia ficción y fantasía (The Matrix, Avatar, El Laberinto del Fauno, Children of Men y un largo etcétera).
Y, sin embargo, no pude evitar emocionarme con este, a todas luces pinchísimo, remake de Supermán. No sé si el hecho de que mordieron a mi cachorro durante el fin de semana tuvo algo que ver, pero en el instante en el que un comando enemigo hiere a H’Raka, la bestia que transporta a Russell Crowe de un lado a otro de Krypton, estuve a punto de soltar una lágrima. De ahí en adelante, el cinéfilo conocedor permaneció congelado cual General Zod en hoyo negro.
¿Qué más me gustó de la película? Todo, francamente. Creo que Henry Cavill es la encarnación del Supermán de Action Comics de 1938, quiero tener un papá como Kevin Costner y estoy perdidamente enamorado de Amy Adams. Todavía tengo los cachetes adoloridos de tanto sonreír.
Sí, no entendí un ápice de la trama y las secuencias de acción me obligaron a echarme un dramamine para poder dormir. También sé que Zack Snyder, el director, filma como si cobrara por explosión: nunca en mi vida he visto una película con menos instantes de diálogo y/o tranquilidad. Sé, pues, que Man of Steel no me debería haber gustado. Pero hay veces en que es mejor arrojar la racionalidad por la ventana, callar al mamón que llevamos dentro y simplemente subirnos a la montaña rusa. El cine sabe mejor.
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Daniel Krauze (México D.F., 1982) escribe sobre demasiadas cosas, de las que sabe mucho menos de lo que cree, para poder pagar la renta. En el 2012 publicó “Fallas de Origen”. También edita el blog de cine de Letras Libres en línea. Tampoco lo hace particularmente bien.
(Daniel Krauze)