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Es decir: tu mismo no tendrás miedo en esta situación de terror. Segundo porque los automovilistas suelen manejar sin sentido del ayer ni del mañana; para ellos el presente es lo único que importa y el presente es acelerar, dejar a su paso el halo de la pintura del carro.
Y, tercero, porque verás que el peatón le ha perdido el respeto a la ley desde hace mucho tiempo; se creen de hule. Pero ya me estoy adelantando.
Ahorita apenas culebreas por la colonia Roma, también conocida con el alias de Hipsterlandia. Vas en sentido contrario porque te ha dado flojera darle toda la vuelta. Incluso circulas por la banqueta y la gente, al verte, usa sus reflejos de pantera. Llegas a avenida Chapultepec y, más adelante, sobre la ciclovía va una señora empujando al bebé en su carriola.
Le timbras y ella no se quita. Te barre con la mirada como si fueras el hombre del costal. A volver a pedalear. Entonces pasas a la altura del metro Cuauhtémoc. Ahí, la gente acapara la ciclovía y te das cuenta de que la terquedad y el valemadrismo es más frecuente de lo que se cree: nadie se mueve.
Tú eres quien invade el espacio y su tiempo. Le preguntas a un policía que recibe cientos de mentadas de madre al día si no puede multar al peatón y él, con parsimonia, te contesta que no, que, hasta donde sabe, la única ley es la irresponsabilidad. Cruzas la avenida Cuauhtémoc, siempre pegado a la derecha como te enseñó tu padre cuando aprendiste a andar en bici, y pronto te topas con puestos de baratijas y con dos, tres, cuatro autos estacionados sobre tu carril.
No todos son carros que podrían decirle al valet que no recibirá las propinas que acostumbra. No. Hay un Minicooper y una de esas camionetonas que parecen yeguas salvajes. Al chofer de la 4×4 le dices que no puede invadir la ciclovía, pero el tipo es de esa gente que siempre se sale con la suya. En algún momento querrás dar vuelta a la izquierda, así que te cambias de carril.
El microbusero te aventará su armatoste y tú querrás bajarte a romperle el hocico. Pero no hay tiempo: los otros automovilistas también han visto que atropellarte no significa nada. Ahora vas por Vértiz. Te pasas el alto. La única ley es la irresponsabilidad, piensas, y pedaleas recio hasta llegar a la Alameda. Ahí, peatones y conductores, te verán como una basura que sólo le estorba al paisaje y tú te acordarás que lo mismo ocurre cuando has ido a Polanco, a la Condesa, a la Del Valle, a la Juárez y a la Tabacalera.
Es cierto que has hecho menos tiempo de trayecto y que tus triglicéridos no te joderán por hoy, pero también sabes que, en la Ciudad de México, el ciclista, el peatón y el automovilista son la chispa y la leña que mantienen encendida la desgracia.
¡Anímate y opina!
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* Alejandro Almazán
Periodista, escritor, Ciudad Chilango.
Estudió comunicación en la UNAM. Ha colaborado en Reforma, Milenio y El Universal y el semanario Emeequis. Es tres veces Premio Nacional de Periodismo en Crónica. Autor de Gumaro de Dios, el caníbal, Placa 36, Entre Perros y El más buscado.
(ALEJANDRO ALMAZÁN | MÁS POR MÁS)