José Dorantes pasó por varios filtros para que le “dieran” su calle en Lomas de Chapultepec.
José llegó a la capital por necesidad y empezó desde abajo, en ese entonces ni siquiera sabía manejar, pero hoy hace maniobras con autos de todos modelos y tamaños: “Me quedé desempleado, estaba en un estacionamiento en Tlaxcala, pero como mensajero y cuando me quitaron por problemas de la administración, un amigo de ahí que está en valets parking me ayudó. Como tenían carros para lavar, así empecé y luego me empezaron a insinuar que me podía quedar en esa calle”, relata.
José tiene 51 años, es un hombre alto, sonríe mucho y habla despacio. Da los buenos días, tardes y noches. Lleva el bigote bien recortado y el pelo modelado con gel. Usa pantalón de vestir y una playera estilo polo bien abotonada.
Todos los días llega a las seis de la mañana a una de las vías que desembocan en Periférico. Ahí hay más lugar porque está antes del “área de oficinas”, como la llaman los 10 franeleros que controlan esas calles. Tiene 15 clientes únicamente y en los 10 años que ha trabajado la zona han cambiado poco.
No aparta todos los lugares en cuanto llega: espera a los primeros coches, de los ejecutivos que entran más temprano, y con esos cubre su calle. Conforme llega el resto de sus “clientes”, va reacomodando los autos.
“A las 6:30 llegan los primeros y me dejan sus llaves, con cinco o seis coches aparto los quince lugares que manejo”, explica.
El resto de los clientes llegan entre las ocho y 10 de la mañana. José se va hasta que se retira el último de los ejecutivos y empleados del banco donde trabaja la mayoría de sus clientes: a las siete de la noche.
Cuenta que el trato con ellos es VIP y que todos tienen su número de celular.
“Me veían y me decían ‘se ve que es gente honrada’, les presentaba yo mi credencial de elector y mi licencia y les decía ‘si quieren investiguen sobre mí’”, dice.
Así, desde hace una década, José se hizo de la calle y de la confianza de ejecutivos.
Actualmente, José también colabora con una compañía de valet parking, que sirve a varios restaurantes en distintas zonas, y dos de sus hijos trabajan con él ahí.
“Sí estudiaron, pero no quisieron seguir, se casaron y tenían que hacer su vida para mantener a su mujer y ahora que ya son papás, pues más”, dice.
Cada fin de semana, José sale corriendo de trabajar para regresar a Tlaxcala, porque ahí “tiene” a su esposa, según cuenta.
(Luisa Cantú)