16 de mayo 2024
Por: Redacción

Contaminación acústica: el ruido urbano es un factor crítico que afecta nuestra calidad de vida y nuestra salud

La ciudad es un paisaje sonoro que refleja la cotidianidad de sus habitantes: sonidos que aparecen, se amplifican y se yuxtaponen de distintas formas

Por C. Dalila Rdz. T.

En un mundo donde el bullicio constante se ha convertido en parte de nuestro paisaje sonoro diario, la arquitecta y doctora en ciencias sociales y humanidades, Jimena de Gortari, nos recuerda la importancia crítica de prestar atención al “ruido” y su impacto en nuestra calidad de vida. Con una carrera dedicada a revalorizar los sonidos urbanos, De Gortari argumenta que el sonido, o más específicamente el ruido, es un aspecto frecuentemente olvidado en la arquitectura y el diseño urbano.

Originaria de una familia donde la música era venerada, gracias a un padre melómano, Jimena se interesó en la acústica casi por accidente durante su formación en arquitectura. Sorprendentemente, descubrió que en la carrera de arquitectura sólo se dedicaba una clase a la acústica, enfocando mayormente en la estética visual de los espacios diseñados.

Este descubrimiento la llevó a explorar más profundamente cómo se experimentan los espacios urbanos a través de los sonidos que en ellos resuenan. En sus propias palabras, el punto de inflexión en su carrera es un cúmulo de experiencias que la formaron. “Me quedo ahí: padre melómano, espacio público evidentemente también; un abuelo que vivía en la playa que siempre te decía que podías estar cerca de él a partir de una concha. Todas esas cositas se van juntando”, cuenta.

¿Quién nos ha hecho creer que somos ruidosxs?

La investigadora destaca un problema fundamental en ciudades como la CDMX: nos hemos acostumbrado al ruido. Este fenómeno, según ella, es un “continuo sonoro” al que no prestamos atención hasta que surge un sonido desconocido o molesto. El acostumbramiento al ruido ha llevado a que muchos ignoren su impacto, no sólo en el bienestar, sino en la salud pública. Jimena destaca:

“Uno de los grandes problemas que pasa en la CDMX es que estamos habituados a un murmullo permanente de una ciudad que está en continua actividad; pensemos que toda actividad humana evidentemente genera un sonido y nos hemos acostumbrado a vivir en entornos ruidosos, acústicamente saturados.”

De Gortari cita la ley de ruido en España, destacando cómo dicha legislación considera el ruido como un contaminante serio y regula su impacto en el ambiente. Esta experiencia contrasta fuertemente con la situación en México, donde a menudo el ruido es visto como parte inherente de la cultura nacional.

“En el nuevo modelo del ser mexicano es somos una cultura ruidosa y no podemos contra eso.  Acostúmbrate así como te has acostumbrado, todo lo demás no. Esta idea de ser mexicano implica ser ruidoso, trabajar más horas, pero ser feliz. Aquí digo, ¿quién nos ha dicho que eso tiene que ser así?”

Privatización de espacios

En el caso particular de lo que sucedió en Mazatlán hace unas semanas, la arquitecta resalta cómo el debate sobre el ruido y la privatización de espacios públicos como las playas revela conflictos más profundos sobre quién tiene el derecho a definir el paisaje sonoro de estos lugares.

Le impresiona la forma paulatina en la que se ha privatizado el espacio público, como las playas, en las que hoteleros y empresarios se creen con la autoridad para decidir sobre lo que se puede o no hacer y, como Ernesto Coppel, deciden vetar la música regional, clasificándola de ruido sin importarle otras fuentes acústicas contaminantes, como los bares y las motocicletas.

Al respecto, también recuerda el caso de Sandra Cuevas y los sonideros de Santa María la Ribera. La especialista plantea una interrogante fundamental para la administración pública: ¿por qué no se piensa en cómo apoyar para que se escuche mejor esa música para preservar todo lo que sucede a nivel social? Para Jimena, las regulaciones acerca de esto no es un tema de gustos, sino de revisar cuidadosamente la construcción de espacios adecuados y el establecimiento de horarios e intensidades.

Más allá de la identidad cultural, el ruido es un contaminante serio que afecta la salud y el bienestar general. La ley de ruido existente rara vez se aplica efectivamente y las infraestructuras para su regulación son insuficientes. Para Jimena, la participación ciudadana es fundamental, así como integrar el sonido en el diseño arquitectónico y urbanístico.

Por ello sugiere varias soluciones, como la creación de mapas de ruido, la mejora de la educación ambiental que incluya la acústica, y campañas de sensibilización. La idea es no sólo mitigar este contaminante sino también apreciar los espacios de silencio y sonidos naturales que enriquecen nuestra experiencia urbana.

Jimena insiste que esto debería ser una prioridad en la agenda urbana, no sólo para mejorar la calidad de vida sino para promover una convivencia más armónica y sostenible en las ciudades del futuro. Sin un cambio en la percepción pública y en la legislación, el ruido seguirá siendo un problema crónico para las ciudades mexicanas.

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