La ciudad vive una mañana fría, se siente en el aire, en sus estaciones de Metro cerradas, en sus calles semivacías. Es sábado y temprano aún para la urbe que pocas veces se detiene.En las inmediaciones del Centro Histórico sólo pueden verse los pasos de quienes se han levantado a primera hora para acercarse al corazón de la capital, punto donde late, quizá, la más grande contradicción del país y en la que mejor conviven, al menos arquitectónicamente, las mayores expresiones del Estado laico y la religión que se anticipó 350 años a éste.Las campanas de Catedral replican incesantes, como casi nunca, durante el trayecto que sigue el Papa Francisco de la Nunciatura, en Insurgentes Sur, a 20 de Noviembre e Izazaga. Ha salido a las 8:45 de allá y llegado a las 9:26 hasta acá.
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Sólo entonces la gente se exalta, poco, nada comparado a lo que lograba Juan Pablo II, coinciden quienes han visto a ambos Pontífices. Ahora no hay porras, no hay cantos; sin embargo, el popurri de canciones mexicanas que sigue a los himnos nacionales inyecta algo de ánimo a los presentes.Mientras el presidente Peña Nieto da su mensaje desde Palacio Nacional algunos aprovechan para dormir recargados en las vallas, de pie. Conforme se acerca la hora en la que el Papa recorrerá el Zócalo, los huecos en la plancha del Zócalo se van cerrando. “No sé cuántas personas haya, pero de la cifra oficial que digan, réstale 20 por ciento”, dice un encargado de logística.En Palacio Nacional el Presidente ya ha dado su mensaje al Papa: “Bienvenida su luz”. Afuera, un sol inclemente aguarda al primer latinoamericano que ha ocupado la silla de Pedro.
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La entrega de las Llaves de la Ciudad, por parte del jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, parece un pestañeo y enseguida el huésped distinguido se adentra en Catedral, desde donde oficia la misa que ya pocos se quedan a ver. Comienza el éxodo en la Plaza de la Constitución.La gente viene de diferentes partes del país: Acapulco, Monterrey, Puebla… A las vallas se acerca una mujer de edad avanzada, con su bastón y en compañía de su hijo. “Tiene 80 años mi mamá”, dice Paulino, quien ronda los 50 años de edad.
Recuerdan haber visto a Juan Pablo II en Cuilapam de Guerrero, Oaxaca, cerca de donde ellos vienen. Eso fue en la primera visita de aquel jerarca, la de enero de 1979. También recuerdan “mucho” las canciones de Roberto Carlos con las que fue recibido.
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Ellos llegaron de Oaxaca a las cinco de la mañana de este sábado y sólo alcanzaron unos minutos de la desangelada misa que se observa en las pantallas dispuestas al centro de la plaza. Antes de llegar al Zócalo prefirieron desayunar y más tarde piensan ir a la Basílica.
“Yo le pediría al Papa la felicidad”, dice la señora. “¿Qué es para usted la felicidad, señora?”, se le pregunta. “Que estemos buenos y sanos”, responde.
–¿Cómo se llama, señora?
–Inocencia Martínez.
Las campanas de la Catedral replican no incesante sino pausadamente, como siempre a mediodía. Mientras tanto, el Zócalo se sigue vaciando.