En una ciudad en constante bullicio, cada unx de lxs habitantes abonamos para hacerla gradualmente más ruidosa
Por Claudia D. Rdz. T.
Una ciudad se construye de infraestructura variada y una gama de texturas infinitas. Al escucharla, una gran cantidad de materiales sonoros ruidosos invadirán nuestro oído, porque la ciudad es un paisaje sonoro que refleja la cotidianidad de sus habitantes: sonidos que aparecen, se amplifican y se yuxtaponen de distintas formas.
La Ciudad de México suena a excavadoras, bocinas de coches reclamando el tráfico suena a intercambio económico, social y afectivo. Un paisaje que asociamos a la prosperidad económica, a las oportunidades. El sueño chilango nos atrae y, una vez aquí, formamos parte de ese enjambre de sonidos que la habitan y la construyen.
¡Peligro! Área ruidosa. Tome rutas alternas
En un mundo ruidoso, el valor del silencio y la armonía sonora a menudo pasa inadvertido hasta que un eco inusual rompe la monotonía, provocando reacciones que revelan lo profundamente arraigado que está el ruido en nuestras vidas urbanas.
Para Jimena de Gortari, arquitecta con posdoctorado en ciencias sociales y humanidades, el ruido también puede ser un acto político, un acto de presencia y resistencia que se siente en la música a todo volumen del transporte público o de los tianguis, en donde los sonidos son una forma de dominio o un despliegue de poder.
En este sentido, Jimena señala que el ruido es algo que debe ser regulado fuera de sólo sanciones monetarias, pues será una forma autoritaria de restringir la producción de sonidos, y sólo quien tiene dinero, podrá comprar el derecho a hacer ruido.
Es así que el derecho al silencio, sostiene De Gortari, es un privilegio que no todos pueden permitirse, especialmente en zonas urbanas densamente pobladas donde el ruido es constante.
La segregación espacial, de acuerdo a lo que comenta, señala cómo aquellos que pueden permitirse vivir en áreas más tranquilas disfrutan de mejor calidad de vida y salud, mientras que otros deben soportar niveles nocivos de ruido diariamente.
Mantener el celular en silencio. Zona para respirar.
El cuidado de nuestros entornos sonoros nos lleva a preguntarnos por qué huimos del silencio, o, según explica Jimena, a aislarnos del paisaje sonoro cotidiano y lo que eso nos representa.
“Tiene que ver con aislarte del continuo en el que vivimos. Entonces tu manera para aislarte es tener otro ruido distinto, aislarte de lo que sucede alrededor, o sea, ni siquiera ya de tu silencio personal o de tu introspección. Es un “necesito mi espacio íntimo”, y la única manera es haciendo más ruido.”
Jimena tiene la firme creencia de que hay gente a la que le gusta la calma, de hecho, propone que el silencio es una forma de hacer comunidad y crear lazos entre las personas a las que no les gusta el ruido o que aprecian sonidos de la naturaleza.
Por eso para ella son importantes las campañas de sensibilización para zonas libres de ruido y el cuidado de espacios naturales dentro de la ciudad, en los que podemos apreciar una belleza impresionante y escuchamos las ciudades de otra manera.
Con su labor de investigación, Jimena de Gortari busca sensibilizar sobre la importancia de integrar la acústica en el diseño urbano y arquitectónico.
A través de su trabajo, ella desafía la norma y aboga por un enfoque más inclusivo y considerado del sonido en nuestros entornos, uno que reconozca el ruido no sólo como parte del problema, sino también como elemento fundamental para diseñar ciudades más habitables y humanas.
En un mundo que rara vez se detiene a escuchar, las ideas de Jimena ofrecen una perspectiva crucial para reconsiderar cómo los sonidos, o su ausencia, moldean nuestras vidas urbanas.