La arquitectura colonial y el nuevo diseño crean el escenario perfecto para disfrutar de propuestas novedosas que hacen que esta ciudad esté más viva que nunca
Por Paulina Zaragoza*
Patrimonio Cultural de la Humanidad y varias veces reconocida como una de las mejores ciudades del mundo para visitar, San Miguel de Allende es una de las joyas del Bajío mexicano. Como anuncia su escudo de armas (“aquí nacido, conocido en todo el mundo”) es tradicional y cosmopolita, histórico y moderno, un crisol de culturas locales y globales.
Desde su fundación franciscana y su historia como punto de paso obligado en la ruta de la plata, San Miguel ha destacado por su hospitalidad, ofrecida tanto para el paseante como para el que llega a instalarse (incluyendo la numerosa comunidad extranjera que lo habita desde mediados de siglo XX). Encontrarás monumentos históricos, restaurantes locales e internacionales, festivales fílmicos y musicales, y tiendas para todos los gustos.
Tras un viaje de cuatro horas desde la Ciudad de México, llegamos a San Miguel para hospedarnos en Amatte, un hotel cálido y natural que incita a conectarse con el espacio a través de todos los sentidos.
Diseñado por el japonés Shinji Miyazaki, bajo los principios del wabisabi, este refugio permite reconocer la belleza en la singularidad de la vegetación endémica y de una arquitectura que combina comodidad y sencillez. Además, tiene una de las mejores vistas de la ciudad.
Para la comida, fuimos a Cumpanio, un espacio que propone una experiencia culinaria de alta calidad, pero con un ambiente informal que recuerda los bistrós franceses. La carta ofrece comida mediterránea en la que el protagonista es el trigo y sus múltiples expresiones (el lugar también es una panadería) como pizzas, sandwiches, hamburguesas e incluso pasta hecha en casa.
Los platos principales incluyen salmón, milanesa de pollo con salmoriglio (una salsa italiana de zumo de limón, aceite de oliva y especias), lechón crujiente y steak frites. También hay ensaladas y tablas de quesos. Los postres son imperdibles. La selección de vinos y los cocteles clásicos, de autor y mocktails (sin alcohol) hacen el complemento perfecto.
Al caer la tarde, nos deslizamos hasta Casa de los Olivos, un hotel boutique que además es galería. Este espacio es impulsado por Levain & Co., fundado por Alberto Laposse y codirigido por Sandra Vázquez, el cual, por medio de sus 10 proyectos (que incluyen a Cumpanio, Amatte, Panio, Dos Casas, Hortus y Áperi), combina la arquitectura, la restauración, la panadería y la hospitalidad para fundirse y nutrirse mutuamente de la vida local de San Miguel.
Alberto y Sandra, además, colaboran con iniciativas y artistas locales e internacionales para construir una agenda constante de exposiciones y espacios creativos en algunas sedes del proyecto. Esta vez disfrutamos de Albergue Transitorio, una plataforma itinerante dedicada al fomento del diseño mexicano, curado por Julia y Renata, artistas establecidas en Guadalajara.
A la noche, antes de regresar al hotel, nos cruzamos con Xoler, el bar de vinos del arquitecto Agustín Solórzano. Como era de esperarse, el diseño del espacio evoca sensaciones que invitan a disfrutar de la cuidada selección de vinos nacionales e internacionales en una atmósfera minimalista, pero que no deja de ser íntima y auténtica.
Es una experiencia enológica que incluye tintos, rosados, blancos, espumosos, naturales, orgánicos y biodinámicos (una filosofía de producción que se basa en el cuidado e integración de los elementos naturales en cada detalle del proceso). Las opciones de maridaje incluyen entradas y principales que combinan sabores de la cocina mexicana y europea.
- En 1542 fue fundada con el nombre de San Miguel el Grande, por fray Juan de San Miguel. Recibió la categoría de ciudad el 8 de marzo de 1826
- A pesar de sus casi 500 años de antigüedad y de casi convertirse en un pueblo fantasma, San Miguel de Allende es una de las ciudades más contemporáneas del país
*Texto adaptado para + Chilango