El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer. Por este motivo, compartimos con nuestros lectores tres historias, tres testimonios que nos muestran lo que es mover, en el día a día, a la Ciudad de México y a sus millones de habitantes.
MADRUGAR PARA TRANSPORTAR A MILES
Las cuatro de la mañana. A esta hora, la Ciudad de México aún duerme con sus luminarias encendidas y sus calles desoladas. Sólo unas cuantas personas se han incorporado a sus labores y otras más se preparan para hacerlo. Katherine Margain es una de las pocas que, desde esta hora, ya se alista para su jornada diaria, en la que se ocupará de “mover” al sistema de transporte colectivo más importante de la capital y, así, ayudar a miles y miles de habitantes a desplazarse a diferentes puntos.
Antes de arrancar su convoy y avanzar por los 18.8 kilómetros de oscuros túneles y detenerse en las 20 estaciones que conforman la Línea 1 del Metro –por donde transcurrirá su día entre las 4:30 y las 12:00 horas, sin contar su hora de comida-desayuno– Katherine ya ha hecho las pruebas de tracción, frenado y cierre de puertas de los vagones.
Para el momento en el que se sube al tren de manufactura española, en la terminal de Observatorio, han pasado 14 años desde que Katherine supo que no quería ser supervisora de taquilla sino conductora del Metro.
“Yo había hecho el examen para supervisora de taquilla, pero la verdad no me gustó y cuanto tuve la oportunidad de aplicar para ser conductora de trenes, lo hice. Me considero intrépida”, platica la mujer bromista de piel bronceada y cabello negro.
Dice que el hecho de pertenecer al sexo femenino no implica ningún impedimento en su labor diaria; está segura de que en su trabajo, “tanto un hombre como una mujer tienen la misma capacidad y la misma responsabilidad”.
Katherine, así como los otros 1,770 conductores que integran el total de la plantilla del Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro, está preparada para atender contingencias como un sismo, en la que tiene la responsabilidad de tranquilizar a los usuarios, avanzar de forma manual e ir revisando las vías para reportar alguna posible afectación.
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En caso de que algún usuario llegara a sufrir un desmayo, solicita ayuda a otros pasajeros para bajar al afectado. Enseguida, con la finalidad de no detener el servicio por mucho tiempo, pide auxilio al jefe de estación y policías, para que atiendan el incidente.
Para ser conductor del Metro no se necesita ninguna licencia en especial, dice Katherine. Los únicos requisitos son tomar un curso de entre cuatro y cinco meses que incluye las materias de Señalización, Electricidad, Material rodante y Averías del tren, entre otras. Posteriormente, al finalizar el curso, se les aplica un examen que deben aprobar.
Aunque algunas veces se han lanzado convocatorias para integrarse a la plantilla del Metro, buena parte de los conductores han llegado hasta ese puesto gracias a que algún familiar ya trabajaba antes en el STC, explica Katherine.
Sobre los vagones para mujeres, esta conductora opina que sí han servido para proteger a las usuarias: “Antes se quejaban mucho; de empujones, de todo… Para mí es algo satisfactorio como conductora, porque ya no hay tantos problemas con los usuarios. Ellas ya van protegidas, tranquilas de alguna forma”.
Esta conductora del Metro opina que las mujeres de nuestros días ya no se quedan en casa; “ya pelea por sus metas, por sus ideales”. Y agrega: “Ser mujer es una de las mejores aventuras de la vida porque va acompañada de paciencia, de valor, de fuerza. Para mí, ser mujer es eso: una aventura, aquí en mi trabajo y fuera”.
Katherine Margain es, a sus 38 años de edad, una de las 506 conductoras del STC y una de las muchas mujeres que día a día mueven, con su trabajo, a la ciudad y a sus habitantes.
DE PERITO VALUADORA A TAXISTA
Alejandrina Sánchez se convirtió en taxista de la Ciudad de México porque no tuvo otra opción: es madre y jefa de familia y hace cuatro años, cuando se quedó sin empleo, nadie la quiso volver a contratar.
Durante cinco años estuvo trabajando como perito valuador en una casa de empeño hasta que por una enfermedad tuvo que abandonar ese empleo. Cuando se propuso encontrar otro trabajo se le vino “la edad encima”, dice, por eso tuvo que sentarse al volante de un taxi.
El principal reto que ve en su labor diaria es superarse cada día para ofrecer un mejor servicio y lograr que la gente confíe en ella, pues, comenta, ha habido casos en los que las personas, al percatarse que es una mujer, no abordan su vehículo: “me ha pasado que incluso las mismas mujeres me ven y no se suben a la unidad”.
Para esta señora de piel clara y pelo rizado el día de trabajo comienza desde las seis de la mañana, cuando llega al sitio de taxis, y termina a las 10 u 11 de la noche cuando ha dejado al último pasajero en el destino solicitado.
“Cuando uno se dedica a trabajar de lleno en el taxi, puede ganar prácticamente lo que se gana en una empresa. Lo que tú quieras llevarte diario, sale. Claro que también depende cómo estén los días, porque hay días en los que no hay mucha clientela, que está uno parado, das vueltas y vueltas sin pasaje”, señala.
Alejandrina considera que la llegada de servicios de transporte de pasajeros como Uber o Cabify, hace aproximadamente un año, no le afectaron. “Yo siempre me terapeé y dije ‘aquí (en la ciudad) hay pasaje para todo’. El que quiera un buen carro lo va a tener. El que quiera cualquiera de la calle, igual”, platica la sonriente mujer.
En cuanto a la seguridad a bordo de estas unidades de transporte particular, Alejandrina, dice que ella nunca ha sido víctima, pero ha sido testigo de asaltos a mano armada y despojo de automóviles.
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De lo que sí ha sido protagonista esta mujer que conduce un taxi rosa es de otras situaciones embarazosas. Una de ellas ocurrió cuando un pasajero le preguntó por los “otros servicios” que, según le habían platicado a ese hombre, daban en los vehículos de ese color. En aquella ocasión, recuerda, no le quedó más que orillarse y pedirle al ya para entonces avergonzado pasajero que se bajara de la unidad.
Durante el año que ha trabajado para la empresa de taxis de sitio RET SA, hay unas 30 mujeres al volante de sus respectivas unidades, circulando por toda la Ciudad de México.
Aunque el ideal de Alejandrina era manejar un camión de Metrobús, sistema de transporte de pasajeros donde aprobó el examen y aun así no fue aceptada, al frente de su taxi se siente muy satisfecha y contenta.
“Ser mujer en una ciudad tan grande y mover a tanta gente significa un reto muy grande y, a su vez, un placer hacerlo y atenderlo. Me gusta darle buen servicio a los pasajeros. Me gusta hacer amigos”, dice con una sonrisa dibujada en la cara.
UN SUEÑO CUMPLIDO
“Yo quiero manejar uno de esos”, decía Rocío Figueroa cuando, de niña, veía pasar los autobuses de pasajeros. Siempre le entusiasmó la conducción de vehículos grandes y a los 14 años de edad, una vez que aprendió a manejar, cumplió con el primer requisito para alcanzar ese sueño que llegaría 17 años más tarde, cuando tenía 31 y la empresa del Corredor Periférico (Copesa) la puso al frente de uno de sus camiones Mercedes-Benz.
En su turno de 10 horas esta mujer de rostro maquillado y uniforme impecable transporta a aproximadamente 500 pasajeros por día, entre cualquiera de las tres rutas que siguen los camiones de Copesa, desde su centro de operaciones, en Canal de Chalco, hasta Barranca del Muerto, Tacubaya o Cuatro Caminos.
Al principio era más común para Rocío encontrarse en sus trayectos con usuarios que, al percatarse que era una mujer, preferían no abordar la unidad. “Cuando comenzamos con la ruta sí nos veían (a las mujeres conductoras) como bichos raros. Me tocó escuchar a personas que me veían y decían ‘no te subas, esperamos al otro camión’”, platica.
Sin embargo, al paso del tiempo las cosas han cambiado: “después los pasajeros se fueron acostumbrando y vieron cómo manejábamos, empezaron a subirse con nosotras. Incluso ha habido gente que me felicita, me dice que qué bien manejo. Y la verdad es que es muy satisfactorio saber que la gente se siente a gusto con nuestro trabajo”.
Regularmente, su jornada, que va de las 4:30 a las 14:30 horas, le alcanza para dar tres vueltas completas entre esos trayectos, aunque ha habido ocasiones en las que la abundante carga vehicular sólo le ha permitido dar una vuelta completa entre sus diez horas de servicio.
“Cuando comenzaron las obras del segundo piso del Periférico, de San Antonio a Cuatro Caminos, el tráfico estaba muy pesado y llegamos a tardar hasta ocho horas en ir hasta ese punto y regresar al centro de operaciones, en Canal de Chalco”, platica mientras, sobre el carril lateral del anillo vehicular más grande de la ciudad, hace una de las tantas paradas que marca la calcomanía de su ruta que hay al interior del autobús.
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Para evitar que sus necesidades fisiológicas la obliguen a detenerse ‘a mitad del camino’, Rocío tiene incluso el tiempo medido. Sabe que, después de salir de su base, sólo puede tomar líquidos a la altura de San Jerónimo, pues de ahí todavía tiene oportunidad de llegar a los baños que hay en el paradero de Tacubaya.
“Ya si tenemos muchas ganas de ir al baño, pedimos permiso por radio y también les decimos a los usuarios que si nos pueden esperar o que, si tienen mucha prisa, pueden abordar otra unidad. En caso de que tengamos algún malestar, pasamos a los pasajeros al autobús que viene atrás”, dice.
Copesa cuenta con 350 operadores de autobús, de los cuales nueve son mujeres. Esta empresa se formó en 2010 con la unión de las extintas rutas de microbús 2 y 98, que iban también de Canal de Chalco a Cuatro Caminos. De lunes a viernes, 150 unidades de esta empresa brindan servicio a alrededor de 130 mil usuarios en Periférico.
Como otras mujeres conductoras de los diferentes medios de transporte de la capital, Rocío coincide en que mover a tantas personas en la Ciudad de México es una gran responsabilidad, pero también un motivo de orgullo. “La mujer de la CDMX es muy luchona. A pesar de los obstáculos, tratamos de hacer lo posible por llevar todo a cabo y que esté todo bien”, sostiene.
(Fotos: Carlos Algara)