¿Quién habrá sido el primero? ¿Cómo empezó a hacerse algo común y corriente? No estoy seguro, pero hoy, medios y autoridades hemos hecho del lenguaje del narco, nuestro propio lenguaje. Y hemos logrado –si esto puede llamarse un logro- que sea parte de la sociedad.
Apenas el viernes, Miguel Ángel Mancera hablaba de “comandos armados” y los reporteros le preguntaban sobre los “levantones”.
Sin darnos cuenta, palabras como “ejecutado” y “levantado” se volvieron parte de nuestra cotidianidad e incluso ya son parte de Diccionario de Americanismos de la Real Academia de la Lengua.
Así que quizá es una batalla perdida.
Pero creo, igual que muchos, que no está de más insistir y volver al tema. Y más cuando revisas la cobertura periodística del caso de los 12 desaparecidos en el Bar Heaven, donde los medios hemos caminado entre la criminalización y la desconfianza por empeñarnos en utilizar un lenguaje de bandas delictivas y policías, por olvidarnos de las víctimas, por estigmatizar… y por hacer periodismo.
Fieles reproductores de versiones oficiales, los medios dijimos que estas desapariciones eran “patrañas” y que, en todo caso, involucraban a “tepiteños, hijos de narcos”. ¿Si la autoridad dice no tener pruebas es porque no sucedió? ¿Si son de Tepito y tienen semejantes padres nos dejamos de preocupar, porque “se matan entre ellos”?
Lo mismo ocurrió con el asesinato de 4 personas en un gimnasio de la colonia Morelos, donde no le atinamos ni a la colonia.
Quizá debemos reclamarle al gobierno anterior no sólo su “estrategia –fallida– contra el crimen organizado”, sino también que el uso de este lenguaje fue una herramienta para insistir en ese discurso de que no había víctimas, que si alguien era “levantado” era en realidad porque “la víctima eran presumiblemente miembro de alguna organización vinculada a la delincuencia organizada”.
Y los medios, acostumbrados simplemente a reproducir, a olvidar nuestra función de filtro, a desdeñar nuestro trabajo de dar contexto y ayudar a la comprensión de los hechos, nos sumamos rápidamente a la descalificación a través de las palabras.
Pero hoy es culpa de todos y ya no vale sólo voltear al gobierno anterior. El periodismo, perdonen la obviedad, debe militar del lado de las víctimas, no de las autoridades ni de los criminales.
Asumamos que las palabras importan en su contexto y en su carga simbólica, que usar el lenguaje del narco no sólo “normaliza” una violencia inaceptable, sino además olvida a las víctimas y las vuelve parte de los criminales y permite que una sociedad deje de asombrarse, preocuparse y ocuparse ante lo que no debe dejar de asombrarnos.
O por lo menos, hagámonos cargo de que llamarles “tepiteños” tiene que ver con nuestra propia noción de que ahí nacen y viven delincuentes, que por eso nunca diremos “polanqueños”. Y que así vendemos más periódicos, jugando todos al sensacionalismo, describiendo cómo fueron torturados y decapitados, aún a costa de decirle a todos que la violencia llegó para quedarse, que es mejor dejar de sorprendernos.
*Periodista, ha trabajado en diversos medios como Reforma, Milenio y El Universal. Actualmente dirige AnimalPolitico.com y colabora en distintos espacios radiofónicos, como en Fórmula y Reactor 105.