“El buleador”, por @alexxxalmazan

Hace días fui a una secundaria donde el bullying pareciera otra materia dentro del plan de estudios. Lo sé muy bien porque allí estudié y algunas veces me expulsaron. En aquel entonces al acoso escolar no se le llamaba bullying. Para nosotros era chingar al prójimo y la mayoría, por sobrevivencia o frustración, practicábamos todos sus sinónimos. Y quien esté libre del buleo que aviente la primera carrilla.

Cuando le dije al director que yo no quería hablar con las víctimas, sino con los chicos que siempre están metidos en problemas, debí confesarle que la visita también se trataba de buscarme, de recordar a mi clica, de entender y, en una de ésas, perdonar las horribles travesuras que hicimos.

Entonces conocí a cuatro chicos y a una jovencita, y confirmé que el niño no nace bullying, se hace. En estos adolescentes hay una rabia provocada por los abuelos, por los padres, por los hermanos, por los amigos, por la clase social, por el barrio. Ah, porque en mi barrio se pierden los dientes a puñetazos y el acento local tiene un aroma a grafitti, así que se imaginarán las familias en las que somos educados.

Quizá el chico que me dijo que él bulea porque necesita emociones fuertes en su vida (es un adolescente con buenas calificaciones y aparentemente es feliz), o quizá la jovencita que me contó cómo se siente rechazada en su salón no me hayan llevado a descubrir nada nuevo, pero el hecho de escuchar a los que nunca nadie quiere oír porque son los malos de la película me hizo creer que el bullying no tiene solución.

Es decir: mientras éste sea un problema sico y sociológico, en las primarias y secundarias habrá tipos como yo, como tú, como él, como ella, como nosotros. Tal vez un buen terapeuta a esa edad rescataría a unos buleadores y la adolescencia no sería tan salvaje. Pero nada más.

En los días que visité mi secundaria recordé cuando a la temible dirección llegaba mamá a jurar que su hijo iba a cambiar, aunque muy en el fondo sabía que se engañaba: los problemas en casa y la fiebre reumática que me condenó a no caminar y soportar las burlas en la primaria, me habían convertido en un buleador nato.

También evoqué a cada uno de mi clica. Uno de ellos ya murió, era matón; otro cree que la vida se resume en mirar fútbol; de uno no volvimos a saber, se fue a Estados Unidos; y de los otros dos sólo sé que sus hijos son el azote en sus escuelas. Sigo creyendo que al paso de los años va saliendo lo que verdaderamente somos y que permite que unos lleguen más lejos que otros.

Posdata: Si ustedes bulearon o los bulearon y tienen tiempo, les presento acá a la diurna 128, tan traviesa ella como siempre.

¡Anímate y Opina!

[email protected]

*Estudió comunicación en la UNAM. Ha colaborado en Reforma, Milenio y El Universal y el semanario Emeequis. Es tres veces Premio Nacional de Periodismo en Crónica. Autor de Gumaro de Dios, el caníbal, Placa 36, Entre Perros y El más buscado.

(ALEJANDRO ALMAZÁN)