Como estaba encajonado en el Norte de la ciudad, el Museo Universitario del Chopo, creado en 1975, siempre fue un lugar raro.
Durante muchos años, fue una de las pocas instancias culturales al norte del viaducto. En 1978 se creo el Cinematógrafo del Chopo, la única oportunidad de ver cine de arte y sin censura a varios kilómetros a la redonda, en un país donde la Secretaría de Gobernación tenía a sus burócratas que decidían lo que convenía que vieran o no los mexicanos.
Luego, a principios de los ochenta, el Chopo se convirtió en el escenario donde se dieron cita los jóvenes rockeros (también proscritos por la herencia nefasta del 68) a intercambiar discos y parafernalia musical diversa. Y luego, también fue la sede de la semana cultural gay, justo cuando la comunidad homosexual estaba devastada por la aparición del sida y la homofobia rampante de la sociedad mexicana.
¿Y saben qué? La historia le ha dado la razón a este espacio. Tanto, que desde hace un año José Luis Paredes “Pacho”, ex baterista del grupo La Maldita Vecindad y, en buena medida protagonista de una escena urbana subterránea y heterodoxa, es el nuevo director de este recinto. El Museo Universitario de Arte Contemporáneo, con su hermoso edificio en el campus de la UNAM, puede ser más glamoroso, pero en El Chopo están sucediendo cosas.
Hace unos meses, por ejemplo, me tocó ver allí un recital de John Giorno; escritor, amante de Andy Warhol, protagonista de la película Sleep -que muestra a un hombre durmiendo-, estrella underground y poeta extraordinario (si se me permite la comparación, una especie de Patti Smith de la poesía). El recital de Giorno era parte de la nueva programación del Museo centrada, en parte, en explorar nuevos territorios de la literatura (o literatura expandida, como le llama el propio Pacho).
No soy nada fan de la intervención que hizo el arquitecto Enrique Norten, que en aras de aumentar el área de exhibición, jodió una de las características más importante del viejo edificio prefabricado del Chopo: su extraordinario espacio entre el piso y el techo. Su intervención es como si a una catedral le hubieran puesto en medio un edificio de cuatro pisos.
Pero sí me gusta esta nueva etapa del museo, ubicado en la colonia Santa María, centrada en seguir reflexionando sobre aquellos campos en los que el Chopo ha sido pionero: las culturas del underground y en las maneras alternativas de producir y diseminar expresiones culturales y artísticas.
Uno de los programas que más me gusta es la creación de un acervo documental de las culturas subterráneas de los años ochenta. Pronto podremos acceder al archivo de revistas importantes como Moho y Poliester o al archivo personal de Henri Donnadieu, creador del bar El Nueve.
“Espero haber creado una programación orgánica”, dijo el otro día Pacho. Yo creo que sí lo está logrando.
Para informarse de su programación, visita: chopo.unam.mx
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* Guillermo Osorno es director de la revista Gatopardo y cronista de la ciudad. Fue director de la revista dF y compilador de los libros ¿En qué cabeza cabe? (Mapas, 2004) y Crónicas de otro planeta (Random House, 2008). Es egresado de la escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia y profesor de periodismo narrativo en la maestría de periodismo y asuntos públicos del CIDE.
(GUILLERMO OSORNO)