El gran Gatsby es una de las novelas norteamericanas más célebres de todo el siglo XX. Una tarea nada sencilla: creo firmemente que si hubiera un mundial literario del siglo pasado (idea tan divertida como absurda) lo ganarían los gringos.
Se me ocurren tres cosas: el insuperable nivel de escritura (ritmo, forma, profundidad) con el que Fitzgerald era capaz de trazar el estado anímico, mental y físico de un personaje con unas cuantas palabras (“Si la personalidad es una serie ininterrumpida de gestos logrados, entonces había en Gatsby algo magnífico, una exacerbada sensibilidad para las promesas de la vida, como si estuviera conectado a una de esas máquinas complejísimas que registran terremotos a quince mil kilómetros de distancia”), la capacidad de Fitzgerald para observar la doble moral gringa (la prohibición del alcohol con la rapaz y desmedida ambición de Wall Street) y su fascinante habilidad para crear personajes que eran la síntesis fiel de su época: Gatsby representa lo peor y lo mejor de la sociedad norteamericana que en los años veinte ya mostraba su promesa hegemónica y su inevitable declive fincado en los cimientos de su decadente american way of life.
Que la adaptación fílmica de Baz Luhrmann no haya estado a la altura de su epígono literario no es lo que más me molesta. Absurdo aquél que pretendiera encontrar algo equivalente. Incluso, de manera involuntaria, logra el mismo efecto que el libro: es un fiel reflejo de la época en la que fue producida: es estridente, banal, con la pretensión de refugiarse del tedio a través de la enajenación visual y con un derroche de recursos que no conducen a nada sustancial.
Tampoco le reprocho el intento por entablar un diálogo con los sonidos de la época que corren, ya sabemos cuál es “la onda” del director en cuanto a la adaptación de clásicos a tiempos modernos: la idea de incluir a Jay Z, Jack White, Fergie, Beyoncé, The XX y Florence + the Machine -entre otros- no tiene que ser mala conceptualmente.
Ni siquiera fue la elección de Tobey Maguire para representar al gran Nick Carraway, o la decisión de que Jordan Baker jugara un papel tan marginal en la historia los motivos por los que tuve deseos de salirme del cine gritando y pataleando.
El gran fracaso de la cinta está en tres asuntos: la insoportable cursilería de las escenas “románticas” (en el libro siempre hay una tensión y una amenaza trágica que no te permite entregarte al goce romántico) tipo telenovela de Univisión, lo tremendamente aburrida que es la cinta (mejora a partir del conflicto final entre Tom y Gatsby) y lo planos que son los personajes de la película. Luhrmann tomó la capa más superficial del libro (una capa que no es menor –nada en Fitzgerald lo es–) e hizo una tramoya hueca en el espacio de una gran catedral artística.
¡Anímate y opina!
*Diego Rabasa es parte del consejo editorial de Sexto Piso y del semanario capitalino La semana de Frente.