‘El intento de columna’ por Felipe Soto Viterbo

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 Léxico, DF: del wey al dude

Decir güey, cuando yo era niño en los años setenta, era grosería castigable con una visita a la Dirección. Era una escuela de Maristas; solían ser severos. Décadas pasan y ahora la gente dice güey hasta en la tele. Admintámoslo: en esta ciudad somos groserotes.

Hace unos años fui a la ciudad de Cali, en Colombia. Ahí nadie usa malas palabras. En sí, el concepto “malas palabras” les es un tanto ajeno: lo que no se usa no existe. En cambio, usan mucho la palabra “verraco” aplicada a muchas cosas. Eso les basta para sentirse mundanos. Sumemos que ahí se hablan de usted. Ahí hay respeto, pues.

Volvamos al DF. Para ofender ni siquiera hay que usar malas palabras. Basta chiflar cinco notas, o alzar el codo por encima del hombro con el brazo flexionado, o preguntar por el grado de vejez de tu padre (“¿tu papá ya está grande?”), o mandar saludos de Larry Cañonga, para que el interlocutor se considere severamente insultado… si entendió la sutileza. Palabras comunes, como “asalariado” o “prole”, en cambio, son insultos fuertes.

En contraste, las verdaderas malas palabras ya a nadie ofenden y se usan con desparpajo. El otro día, en la calle, de la dulce boquita de una adolescente con uniforme de secundaria de monjas escuché una procacidad que traducida literalmente sería: “No practiques el sexo oral, qué clase de gas intestinal con esa mamá de familia.”

Tiene poco sentido. En cambio, podemos inferir la frase y deducir (sí, tú también, no te hagas) su verdadero, inocuo, significado: “No puedo creerlo. Estoy muy sorprendida con ese asunto.”

Por cierto, la palabra güey —que ahora se escribe wey, algo preferible, pues evade los diéresis— está cayendo en desuso. Y son las jóvenes, sobre todo ellas, quienes están sustituyéndola por el inglés “dude”, que significa “wey”. Peor: ahora entre ellas se dicen wey. Así, “qué oso con tu dude, wey”, dicho por una dama a otra, en realidad significa: “¿Qué escena montó tu novio, amiga?”

Sólo los maestros de primaria se siguen ofendiendo con las malas palabras. Fingen que nunca las dicen, y mandan reportes a los padres, que se mortifican por el lenguaje soez de su crío (los papás también fingen que no usan malas palabras). Yo mismo, al escribir esta columna, simulo que no uso malas palabras, cuando en realidad estoy pensando, con malas palabras, cómo hetairas voy a terminarla. (Por supuesto, no usé la palabra griega hetaira, sino un sinónimo más bisílabo y del latín vulgar).

¡Anímate y opina!

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* Felipe Soto Viterbo
Escritor, editor, garnachólogo y profe.
Nació en la Ciudad de México. Es autor de las novelas El demonio de la simetría, Verloso, artista de la mentira y Conspiración de las cosas. Fue editor de la revista Chilango, Time Out México y Dónde ir. Es profesor de Periodismo en la Ibero.

(FELIPE SOTO VITERBO | MÁS POR MÁS)