Como esta semana se celebra el Día del Maestro pensé en escribir sobre la Benemérita Escuela Nacional de Maestros en la calzada México-Tacuba: qué maravillosos los frontispicios de Luis Ortiz Monasterio, qué imponente su teatro al aire libre con el mural de Orozco. Pero el sábado en la noche me encontré al señor Enrique en la calle.
Ambos vivimos en el mismo tramo de Bolívar, entre Madero y 16 de Septiembre, entonces lo veo seguido. Sólo que esta vez tuvimos nuestra conversación más larga. Lo acompañé del Oxxo de Casa Borda al Hotel Principal, en el que vive. Tardamos una media hora en recorrer los 80 pasos que se necesitan.
Algunos vecinos y asiduos del Centro ya habrán visto al señor Enrique, de 96 años, pues se trata de un personaje célebre en esta parte de la antigua calle de Coliseo de la que se ocupa el cronista de Valle Arizpe en Calle vieja, calle nueva (1949): poco más de 1.50 metros, la cabeza caída hacia el hombro derecho, camisa y pantalón de vestir, bastón, ojos pequeñitos, enrojecidos, velocidad de gallo-gallina.
Suele vérsele en el Oxxo comprando un jugo o en el local a un lado del Salón Corona comiéndose una torta con toda la calma del mundo. Cuando está en la calle no falta quien lo ayude a cruzar, tampoco el automovilista que le aviente el coche para llegar más rápido al semáforo en rojo. “¿Sabe usted por qué se llama Centro Histórico? Porque aquí se resume la historia de los baches, los topes y las banquetas rotas”, me dice después de relatar que hace poco se cayó a causa de una banqueta rota, una auténtica tragedia para alguien de su edad.
El señor Enrique nació en 1917, es decir siete años después que la actriz Lupita Tovar, la de la película Santa (1932), que en julio cumplirá 103. Son los dos mexicanos más longevos de los que tengo conocimiento.
Qué delicia hablar con el señor Enrique. Me cuenta que nació en Coyoacán, que es soltero y no tiene hijos, que vivió casi tres décadas en Nueva York y que la calle que más le gusta es la Quinta Avenida. Cree que su longevidad se debe al basquetbol y al baile. “Tuve la oportunidad de vivir dos épocas: la antigua y la actual”, continúa. “La antigua muy bien, la actual más o menos.”
Cuando se despide lo hace con formalidad, ¡qué señor más educado! Si alguien lo ve en Bolívar o decide preguntar por él en su hotel le recomiendo que lleve un jugo, pero que sea de durazno o mango. Le ahorrará como una hora de trayecto y de paso le evitará muchos peligros de esta “época actual”, como las peleas callejeras de todos los fines de semana por la noche con el franelero, el compadre, el dealer (no es raro que algún domingo la esquina de Madero y Bolívar amanezca con un charco de sangre) o el escándalo que producen los antros en Madero 20 a sabiendas de las “autoridades” de que no ejercen su autoridad en el Centro Histórico y a la vista de los policías que fuman y hablan por teléfono.
Pero el señor Enrique como si nada. Por eso es mi maestro.
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*Jorge Pedro Uribe Llamas estudió Comunicación. Ha trabajado en radio, revistas y televisión. Sus crónicas sobre la Ciudad de México están en jorgepedro.com.