Hay invenciones que no sorprenden. John Montagu, duque de Sandwich, tan famoso que su producto lleva su nombre, solo tuvo que colocar verdura y carne entre dos pedazos de pan para entrar a la historia. Que me disculpe la memoria del buen Montagu, pero el sándwich hubiera ocurrido con o sin él; tarde o temprano, alguien más iba a dar con su platillo.
¿Y la pizza? He ahí una idea descabellada en manufactura, casi inverosímil en teoría. Imagino al primer pizzólogo mientras intenta explicar su creación. Una masa redonda, apenas cóncava, embadurnada con salsa de jitomate, cubierta con queso, salpicada de los más diversos ingredientes. Qué arbitrariedad. ¿Por qué no optar por una base en forma de cuadrado o rectángulo? ¿Quién decidió combinar jitomate con queso? ¿De dónde viene la idea, excesiva pero no innecesaria, de añadir vegetales y carnes frías? Vista así, la pizza es un eureka culinario.
En el arte, la teoría del sándwich aplica para el teatro y la literatura. Es sabidísimo que hasta las más antiguas civilizaciones transmitían historias a través de leyendas y cuentos. Alguien las pensaba y otros las interpretaban. De ahí nacen el escritor y el histrión, los libros y la puesta en escena. No sé a qué cultura atribuirle a los primeros literatos: la Biblia tiene mucho de ficción, los griegos eran autores de tragedias y comedias y The Tale of Genji es considerada la primera novela moderna. Lo que sí sé es que eventualmente alguien se iba a sentar a escribir, así fuera en Japón o en Noruega.
Cotejemos la creación de la pizza con la del cine. Es la misma arbitrariedad y buena fortuna. En una sala oscura, frente a una inmensa pantalla, se proyecta una historia de aproximadamente 120 minutos de duración, producto y amalgama de la palabra escrita, la actuación, la música, la composición pictórica y la invención de la fotografía.
De todas las artes, el cine es el único que parece creado por arte de magia. Se lo debemos a varios hombres (Le Prince, Méliès, Griffith…) y a otros muchos inventos y casualidades, como el zoótropo, de Horner, o el zoopraxiscopio, de Muybridge. Su creación está compuesta por tantos ingredientes que trazar todas sus raíces tomaría un ensayo de enormes proporciones.
El cine es un milagro. Y les aseguro: si hay vida extraterrestre en el espacio, los alienígenas escriben. Pero no filman.
ANÍMATE Y OPINA!
Daniel Krauze (México D.F., 1982) escribe sobre demasiadas cosas, de las que sabe mucho menos de lo que cree, para poder pagar la renta. En el 2012 publicó “Fallas de Origen”. También edita el blog de cine de Letras Libres en línea. Tampoco lo hace particularmente bien.