La anécdota me pareció increíble, y tal vez por eso, fascinante. Según me platicó alguna vez mi tía, hacia finales de los años 50, cuando ella solía acompañar a mi abuela al mercado de La Lagunilla, en los pasillos de este lugar varias veces llegaron a ver un oso “enorme” que bailaba parado en dos patas, mientras el hombre que lo traía encadenado tocaba un pandero. La gente que pasaba por ahí se quedaba asombrada al verlo.
Casi 60 años más tarde, esa postal de la vida cotidiana en la Ciudad de México ha quedado sepultada. Actualmente no sólo sigue siendo un caso excepcional enterarse que en casas de la capital se tienen en cautiverio especies exóticas, sino que, además, las leyes cada vez más estrictas en materia de protección animal han acabado con la posibilidad de ver cualquier tipo de especies salvajes en los pocos lugares donde, hasta no hace mucho, se podían encontrar.
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En mayo de 2014, el presidente Enrique Peña Nieto emitió un decreto para reformar el Reglamento de la Ley General de Vida Silvestre, con lo que quedó prohibida la exhibición de animales salvajes en cualquier espectáculo público, incluidos los que se presentaban en los circos.
Si el oso del pandero aún viviera y fuera exhibido en los sitios públicos por donde solía pasearlo su dueño y domador, seguramente hubiera terminado en alguno de los zoológicos o centros de conservación a los que fueron repartidos los animales incautados este año en los circos del país, pero esto es una posibilidad remota. De acuerdo con especialistas, un oso llega a vivir, a lo mucho, 30 años.
Las cuentas respecto a los años en que mi familia vio al oso caminando por los puestos de La Lagunilla y el límite de edad que alcanzan estos mamíferos dan por muerto al animal. Sin embargo, gracias a una foto publicada en Internet pude revivir, no al peludo cuadrúpedo, pero sí la imagen que probablemente vieron alguna vez todos mis tíos y mis abuelos.
En aquella fotografía, tomada a mediados de los años setenta en la Alameda Central, el oso aparece, efectivamente, en dos patas, encadenado y con un bosal en el hocico. No parece tan enorme como me platicaron, pero aún así la imagen resulta impresionante. El hombre que lo sujetaba con las cadenas lleva puesto un sombrero y bajo el brazo un palo, mientras que en sus manos carga el gran pandero.
Otra imagen publicada en la página de Facebook “La Ciudad de México en el tiempo” muestra al peludo animal por las calles de la capital en la década de los 70. Según los comentarios ahí vertidos, el oso más bien era osa y se llamaba ‘Martina’ y probablemente tuvo un hijo que no era tan grande como ella. Además muchas personas aseguran haberlo –o haberlos– visto por distintos puntos de la ciudad: en Portales, San Ángel, Coyoacán, Azcapotzalco, la colonia Roma, la Guerrero, Peralvillo, Mixcoac… También dicen algunos que lo vieron subiéndose a camiones y taxis. Casual, la Ciudad de México no se recorre tan fácilmente en dos patas, tampoco en cuatro.
(Fotos: Cortesía/Colección Carlos Villasana-Torres y La Ciudad de México en el Tiempo)