El que escribe sabe por experiencia que a la hora de atenderse una fractura en el dedo chiquito de un pie lo recomendable es dirigirse a la unidad médica asistencial más cercana, que para él se trata del Hospital de la Purísima Concepción y Jesús Nazareno, mejor conocido como Hospital de Jesús.
El que escribe sabe también, porque lo ha leído del doctor Julián Gascón Mercado, presidente del patronato de la institución mencionada, que en los años iniciales el hospital se llamó de la Purísima Concepción, una advocación favorita de su mentado fundador, y más tarde Hospital del Marqués a causa de la misma persona, el cual ha pasado a la historia de los nobles como el primer marqués del Valle de Oaxaca. Estamos hablando de Hernán Cortés, quien lo mandó a construir en 1524, o puede ser que antes, ya que en el acta de cabildo de abril de aquel año consta que este nosocomio para españoles ya se encontraba en funciones.
Al Hospital de Jesús se le considera el más antiguo del continente, aunque no exactamente el primero, pues ese mérito le corresponde al de San Nicolás de Bari en la República Dominicana, erigido en 1503 y del que sólo quedan ruinas. Entre las calles de República del Salvador, 20 de Noviembre, Mesones y José María Pino Suárez, en la colonia Centro de nuestra casi quingentésima ciudad mestiza, el edificio en cuestión no luce nada vetusto, si acaso viejito, como para el Instagram, debido a que en 1960 le dieron una manita de gato y de paso demolieron su fachada del siglo XVI, una de las pocas que subsistían.
Sin embargo por dentro sorprenden sus dos patios ricos en plantas y ardillas, un friso del virreinato y un mural de la modernidad, así como el único busto de Hernán Cortés en el DF, a la romana, que en realidad es una copia de un trabajo de Manuel Tolsá que terminó en Nápoles. De igual manera asombra la oficina del patrono Gascón Mercado, a quien puede vérsele trabajando en un salón lleno de tesoros.
Lo que más fascina son el techo artesonado tipo morisco y la pintura de la Purísima Concepción que, dicen, regalaron los reyes de España al hospital en el XVII. También llaman la atención los retratos de Hernán Cortés y de su hijo legítimo, ambos del siglo XVI, y una mesa de una sola pieza que lleva en el hospital más de 450 años, lo mismo que tres sillas de encino en buen estado.
Este salón fue originalmente la sacristía del templo adjunto, el de Jesús Nazareno, de 1665. Si pudiera entrarse (“estamos en remodelación, tal vez en agosto ya acabamos”) podrían admirarse un mural de José Clemente Orozco en el coro alto y la tumba de Hernán Cortés, que está a un costado del altar desde 1947. Mientras tanto queda la opción de examinar la Capilla de la Santa Escuela, a un ladito, y averiguar en el folleto que venden ahí la historia de Petronila Gerónimo, la india acaudalada que le dio el nombre actual a la iglesia.
El hospital, la iglesia y la capilla fueron levantados por el conquistador en el mero lugar en donde conoció a Moctezuma II, sobre la calzada de Ixtapalapa, en Moyotlan, parcialidad familiar para el que escribe, el cual también camina, y ahora con bota ortopédica gracias al amable personal del hospital.
Ahora sí que judicium domini aprehendit eos et ejus corroboravit brachium meum (en este caso pedem meum), como rezan el lema del hospital y el título de esta crónica.
*Jorge Pedro Uribe Llamas estudió Comunicación. Ha trabajado en radio, revistas y televisión. Sus crónicas sobre la Ciudad de México están en jorgepedro.com.