“El subway”, por @AlexxxAlmazan

Cuando te llaman por la mañana para decirte que tu hermano ha sido arrestado por violación, es muy probable que sientas la necesidad de agarrarte a la pared porque creerás que el piso se va a hundir. Pues algo así experimenté semanas atrás.

Resulta que en la estación Balderas, una chica de 17 años sintió un empujón, dos señoras le dijeron que mi hermano había sido el responsable, llegó la policía y se lo llevaron al ministerio público por acoso sexual.

Cuando llegué a la delegación, uno de los policías involucrados en el arresto me dijo que con una mano enyesada y con la otra amarrada a una mochila y al pasamanos, mi hermano difícilmente habría hecho lo que la chica había declarado. No supe si me lo dijo por verme hecho añicos o porque era la pura verdad. “Ponte listo”, me advirtió, “Porque si la dama pertenece a una de esas bandas, tu hermano va a soltar mucha lana pa’ que le dé el perdón”.

Entonces me senté a esperar y enseguida tuve un debate interno sobre esa ley que sanciona el acoso sexual.

Para empezar, sabía que la ley ha sido un acierto. Hay tanto libidinoso haciendo de las suyas, que sólo ha quedado un camino: mandarlos a la cárcel. Están en el metro, en las calles, en el camión, en el trabajo, en las fiestas, afuera de las escuelas e incluso están en casa. Uno de esos locos, hace unos años, tocó a mi mujer y todavía me enfada cuando lo recuerdo. Ojalá que ya hayan arrestado al tipo.

Ah, y por cierto: cada año, tan sólo en el metro, se reportan 400 denuncias por acoso sexual.

Después me pregunté cómo una ley podía servir para delinquir. Desde aquel día he leído historias de cómo se han podrido las vidas de algunos hombres que, en el metro, les tocó el premio gordo de la extorsión. Ignoro si la ley tiene un artículo donde sancione a estas bandas —más allá de lo que dictamine el código penal—, pero algún candado debe haber para que esta gente deje de hacer negocio y destroce reputaciones.

Y, bueno, la historia de mi hermano terminó así: llegó el padre de la chica, ésta habló con él y le dijo que la verdad nadie la había tocado, pero los gritos de aquellas dos mujeres la orillaron a denunciar. La chica, por fortuna, no era ninguna extorsionadora, era simplemente una buena persona que estaba asustada. Retiró la demanda.

Ya decía yo que mamá no nos había educado para esas mañas.

Posdata: anoche supe de un amigo que pagó casi 50 mil pesos para conseguir el perdón de la jovencita. Durante las semanas que estuvo en el reclusorio, lo despidieron y su mujer le pidió el divorcio. A él sí le tocó lidiar con una de estas bandas.

¡Anímate y Opina!

*Estudió comunicación en la UNAM. Ha colaborado en Reforma, Milenio y El Universal y el semanario Emeequis. Es tres veces Premio Nacional de Periodismo en Crónica. Autor de Gumaro de Dios, El Caníbal, Placa 36, Entre Perros y El más buscado.

(ALEJANDRO ALMAZÁN)