Hoy es día del trabajo. La mayoría de la gente con empleo no irá a su oficina para conmemorar, en la intimidad de sus hogares, que en Chicago mataron a once obreros en 1886. Estoy siendo irónico, por supuesto (de entrada tuve que consultar la Wikipedia para averiguarlo): a estas alturas sólo nos interesa celebrar que podemos rascarnos la barriga por un día.
Salvo porque el trabajo trae dinero a casa, no es como para festejar que haya que partirse el lomo para conseguirlo, ganar el pan con el sudor de la frente, talonear, someterse a la voluntad de los corporativos, y tantas otras maneras de explicar eso que es antinatural: el trabajo.
El trabajo dignifica, dicen. Cuarenta horas a la semana, más horas extra (sin paga ¿o qué, alguna vez las has cobrado?), más las que perdiste en el traslado, en comer en la calle. Por qué, para qué, para quién. Pero es más indigno el desempleo, dirás, no hay dinero, no baila el perro. Te mueres de hambre. Te quedas sin techo. Lo indigno es que vivamos convencidos. Si trabajas, tienes dinero y saldrás adelante. Adelante ¿de qué o de quién? De los que no trabajan: esos se quedan “atrás”…
Venir de una familia acaudalada te permitirá la rara paradoja de ser súper digno y no trabajar. Básicamente porque debajo de ti hay un ejercito de personas que, para alcanzar tu grado de dignidad, deberán trabajar por generaciones y tal vez logren algo. Entonces no es el trabajo lo que dignifica, sino el dinero, eso ya lo sabíamos; pero como sospechamos que hay algo indigno en vivir de tus rentas y el trabajo de tus empleados, entonces trabajamos, o hacemos que trabajamos, para justificar que el dinero que tenemos está bien merecido; y es, por lo tanto, digno.
Ayer fue día del niño. Los niños no trabajan. Ellos estudian para que cuando sean grandes estén preparados para trabajar. Es significativo que un día después de la fecha en que todos pusieron fotos de cómo se veían de niños en el Facebook (ni me vean, yo no lo hice), se celebre el del trabajo. Como si una cosa llevara a la otra. ¿Qué vas a hacer cuando seas grande?, le preguntan al niño y debe responder no otra cosa sino en qué desearía trabajar. Suelen elegir cosas que, al menos a simple vista, parecieran más dignas: bombero, astronauta, detective. Claro que ellos un día juegan a ser bomberos y al día siguiente son astronautas. El astronauta o el bombero se quedan de astronautas o de bomberos por años. Sin variación: ya no son niños.
Abajo viene mi biografía. Se resume en lo que he trabajado, lo que poco he logrado con ese trabajo. Me gustaría volver a los tiempos nómadas en que para comer cazábamos o recolectábamos. ¿Qué éramos entonces? Dignos.
¡ANÍMATE Y OPINA!
*Felipe Soto Viterbo nació en la Ciudad de México. Es autor de las novelas El demonio de la simetría, Verloso, artista de la mentira y Conspiración de las cosas. Es profesor de periodismo en la Ibero y de narrativa en el Claustro de Sor Juana.