Adriana Ramírez vivía feliz en el centro de Tláhuac: desde octubre de 2012 llegaba a Mixcoac en menos de una hora. Era el tiempo que le llevaba recorrer la Línea Dorada para llegar a la casa de un familiar a quien cuida por el día. Hoy se tarda el doble.
Durante 18 meses la mujer se levantaba a 6 de la mañana para asearse y llegar a la estación Tláhuac una hora después. A las 8 ya estaba en su destino, ya que por la hora pico el tren se detenía en algunos puntos.
Hoy, lleva 6 semanas levantándose a las 5 de la mañana para salir de su casa a las 6:00 y comenzar una verdadera odisea.
UN CAMINO ACCIDENTADO
Adriana debe abordar en Tláhuac uno de los 300 autobuses de la Red de Transporte de Pasajeros que se habilitaron para brindar el servicio gratuito hasta Atlalilco.
Cruzar las 11 estaciones del tramo elevado por autobús ahora le toma cerca de 60 minutos: aunque el tramo es relativamente corto se genera mucho tráfico y en cada estación el autobús debe hacer cola para descender y ascender a usuarios.
”Sí es algo pesado por los traslados y sobretodo porque uno tiene que bajarse en Atlalilco en donde ya no cabe ni un alfiler, hay muchas deficiencias”, lamentó, antes de recordar que en las curvas del Metro “sí se sentía feo”.
Ahora espera, no que el servicio se regularice rápido, sino que se haga con todas las medidas de seguridad. Por lo pronto, ya no puede ir todos los días a cuidar a su familiar en Mixcoac.
DAÑOS COLATERALES
Cesar Valle, que vive a 15 minutos de la estación Tláhuac, también ha visto su tiempo de traslado aumentar en dos o más horas al día, de ida y vuelta.
Antes se deba el lujo de llevar a su hermano menor a pasear por el centro de la ciudad cuando sus labores se lo permitían. Ahora los empujones y el ir como “sardinas” en los RTP se han vuelto el común denominador.
Por las noches, tenía la libertad de quedarse más tarde y poder divertirse con sus amigos pues el transporte estaba garantizado. Hoy, aunque los autobuses cubren el mismo horario que el Metro, no es lo mismo “pues andar en camión y caminando en la calle ya no es la misma confianza, sí extraño el Metro”.
JORNADAS DE FATIGA
Carlos tiene 34 años y viene desde su trabajo en Tlatelolco. Logra subirse al RTP con dificultad, el pasillo está lleno y aun así debe arrinconarse más para dejar pasar a más personas.
Su cara fatigada se contrae cada que un nuevo pasajero entra al transporte. Si bien le va, Carlos sabe que hará casi una hora hasta su casa, desde Atlalilco hasta donde hace una semana era la estación Calle 11. Antes, cuando el Metro funcionaba no hacía más de veinte minutos.
El autobús arranca, avanza unos metros, toma Avenida Tláhuac, y se para, entra a un río de automóviles y microbuses. La calidez de la noche, adentro del bus, se transforma en un sofocante horno a pesar de que las ventanas están abiertas. Carlos suda. Frente a él van sentadas Cecilia de 25 años y Paola, estudiante de Ciudad Universitaria.
Paola saca su cartera y cuenta el dinero. Apenas tiene 100 pesos, tuerce el gesto, tuvo que gastarse 25 pesos en la ruta alternativa de Periférico-Metrobús de la mañana para no toparse con el mismo tráfico que ahora sufre. Hace cuentas en su mente y con sus dedos, sabe que mañana y pasado gastará casi lo mismo y apenas le alcanzará para comprarse un almuerzo en la escuela
El RTP se sacude. La gente se balancea de un lado a otro. De pronto, el camión se enfrena y hay un grito general. Todos los pasajeros miran confundidos hacia el frente. El RTP no arranca. Comienzan las protestas. La unidad ha estado trabajando sin parar desde las 5 de la mañana hasta las 12 de la noche, sin recibir mantenimiento.
“La gente del gobierno es una irresponsable, yo creo que se dormían cada noche suplicando de que no se descarrilara un tren. Sabían perfectamente que la línea estaba mal”, clama Paola muy indignada.
Ahora sólo queda esperar: entre dimes, diretes e investigaciones, la Línea Dorada podría tardar más de seis meses en volver a unir el sureste del DF con el resto de la ciudad.
(DAVID RODRÍGUEZ Y OMAR DÍAZ )