Tumbona —una editorial pequeña, independiente y muy respetada— publica una esplendida colección llamada Versus. Son libros de ensayos en los que diferentes autores cuestionan con seriedad lo instituido, lo socialmente aceptado, lo considerado correcto. “Contra la originalidad”, “Contra el amor” y “Contra las buenas costumbres” son algunos de los títulos (que por cierto, pueden encontrar en cualquier librería, se los recomiendo mucho), para que se de una idea de que estamos hablando. Con el mismo espíritu quiero escribir en contra de los parquímetros que se han instalado en mi barrio y en el barrio vecino. Si se tratara de uno de los libros de Tumbona, esta columna se llamaría “Contra el milagro de los parquímetros”. Sí, aunque sea políticamente incorrecto afirmo con toda seguridad: NO CREO EN LOS PARQUIMETROS. En Twitter leo a amigos y conocidos celebrar su llegada. Algunos incluso fueron sus evangelistas previo al plebiscito que se realizó para ver si los vecinos los aprobábamos. Ven con malos ojos que yo me queje de los parquímetros y que les diga que no son la solución mágica que ellos anticipaban. Van mis razones, aunque me odien. 1.- Nadie me ha podido explicar cómo se le asignaron a la empresa que los maneja y cómo se determinó el porcentaje que se devuelve a la Delegación para que lo invierta en servicios públicos. No dudo que la información ande por ahí. Solo que yo, que tampoco soy un investigador experto, no la he podido encontrar. 2.- Todo mundo odia a los franeleros y con razones de sobra. Pero les recuerdo que nadie elige ser franelero: es la falta de oportunidades lo que lleva a alguien a ese oficio tan ingrato ¿A qué se van a dedicar ahora que han perdido su fuente de trabajo? ¿Para qué están calificados? ¿Nos debe importar? Yo digo que sí. 3.- Ahora solo puede ocupar el espacio público quien tenga dinero de más para gastarse ocho pesos por hora. Me dicen que ayudará a desalentar el uso del automóvil, pero solo para los que no puedan pagarlo. Los que sí tienen dinero seguirán usando su auto como siempre y estacionándose a sus anchas. “Ahora siempre hay lugar,” me dice una amiga. Y sí, tiene razón, pero no a todo mundo le alcanza para estacionarse ahí. Es decir, es una medida hasta cierto punto clasista. 4.- Son una respuesta a la ausencia de autoridad. Como es incapaz de poner orden, le otorgamos ese derecho a la iniciativa privada. Además, sigo viendo autos en doble fila, bloqueando los camellones (y las rampas para carreolas y sillas de ruedas), conitos anaranjado apartando espacios, valet parkings fuera de control y demás desmanes ante los cuales se hacen de la vista gorda. Vamos a darles tiempo antes de hacer un veredicto definitivo, no tienen ni dos semanas de estar funcionando. Pero por lo pronto, las señales, desde mi punto de vista, no son particularmente buenas.
(RULO)