Salir del trabajo a las cinco de la tarde no estaba mal. A esa hora, el Metro que tomaba rumbo a la casa no iba demasiado lleno. Podía subirme sin mayor complicación en Juanacatlán. El problema era tomarlo después de las cinco con treinta minutos, pues a esa hora ya era difícil abordarlo.
Como es casi imposible salir puntual de cualquier trabajo en esta ciudad –y no sólo llegar a él–, hubo varias ocasiones en las que fue inevitable encontrarme con andenes y vagones pletóricos de oficinistas, obreros y muchas otras personas que, seguramente sin que su rutina las obligara, se vieron en la necesidad de tomar el metro a esa hora poco oportuna.
Se sabe que, en hora pico, no hay otra forma de subir a los vagones que no sea entre empujones y codazos. Al interior, rostros que reflejan agotamiento y resignación, así como manos agrietadas, aún impregnadas de pintura o de cemento, dan cuenta de jornadas laborales extenuantes que muchas veces no terminan en ese baño de vapor, sino en puntos más recónditos de la zona metropolitana. Ver este gran mural es algo a lo que me he acostumbrado, aunque todavía no puedo asimilar por completo su densidad.
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Una de esas ocasiones en las que tuve que salir del trabajo alrededor de las 6:30 de la tarde me dirigí al metro. No fui directo a casa. En lugar de tomar la correspondencia a Pantitlán me fui a Observatorio, dos estaciones más lejos de mi destino: Zaragoza.
Podría pensarse que nadie hace algo así cuando lo que más quiere es llegar a casa –yo lo anhelaba en ese momento–, pero cuando no hay más opción que cruzar ese purgatorio llamado Metro para lograrlo, alejarse un poco más resulta una buena opción. Si de todos modos iba a sufrir el pesado trayecto, lo mejor, pensé, sería hacerlo en la comodidad de un asiento.
Al llegar a Observatorio me uní al torrente de cuerpos que subían por una escalera. Pensé que en algún punto encontraría el camino para bajar en el andén opuesto, pero no fue así. Sin darme cuenta ya estaban frente a mí otros torniquetes de acceso, por lo que tuve que colocar otra vez mi tarjeta en el detector. Luego, como no tenía saldo, me vi obligado a hacer fila en la taquilla.
En otra ocasión, en la que también llegué a Observatorio para alcanzar un asiento, me enteré que no había sido mi error irme hacia las escaleras de la salida. “Aquí no hay cambio de andén porque es terminal”, me explicó un policía. A botepronto, sus palabras sonaron bastante lógicas. Luego recapacité que no ocurría lo mismo en otras terminales en las que he estado (Pantitlán, Universidad, Barranca del Muerto, por ejemplo). Eso significaba que en Observatorio tenía que pagar sí o sí otro pasaje. No había más opciones.
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Pagar ‘otro boleto’ resultó doloroso por diferentes motivos, todos ellos relacionados con el servicio que aguarda a los usuarios tanto en las estaciones como en los vagones. Tan sólo ese día, tardé una hora en trasladarme de Observatorio a Zaragoza, más del doble del tiempo regular.
También resulta doloroso saber que, a poco más de año y medio del alza a la tarifa de este transporte (de tres a cinco pesos), para lo único que sirven los 3.9 millones de pesos recaudados sea para comprar 45 nuevos trenes sólo para la Línea 1. Tal vez ésta sea una gran acción, pero lo que necesita el Metro es una proeza.
El pasado 16 de julio, Miguel Ángel Mancera reemplazó a nueve miembros de su gabinete, entre ellos al entonces director del Sistema de Transporte Colectivo Metro (STC), Joel Ortega. En su lugar quedó Jorge Gaviño, quien al presentar su primer diagnóstico sobre el STC no informó más cosas de las que cualquier usuario no se hubiese percatado antes: fallas en las puertas de los vagones, ventilación insuficiente, filtraciones de agua en las estaciones (si acaso dijo que “los trenes nuevos también fallan”; triste novedad).
Durante agosto de este año el tema que ha ocupado más a las autoridades del Metro, al menos en el espacio mediático, ha sido el combate a los vendedores ambulantes conocidos como ‘bocineros’, aunque a unas semanas de haber iniciado el operativo contra ellos se puede ver que más tardan en ser detenidos estos comerciantes informales que en aparecer en otras líneas donde la presencia policiaca es prácticamente nula.
La Línea 1 fue inaugurada el 4 de septiembre de 1969, pero la estación Observatorio fue estrenada en 1972, después de una paulatina expansión desde la que en un principio había sido la terminal poniente de esta línea: Metro Chapultepec.
A 46 años del inicio de operaciones del Sistema de Transporte Colectivo, pesa pagar doble pasaje en Metro Observatorio, pero pesa más saber que, desde que comenzó a rodar el primer tren anaranjado, no se ha encontrado la forma de detenerlo antes de que llegue a un destino más arrumbado del que ahora tiene.