En 1985 el escritor gringo Don Delillo publicó un libro llamado Ruido blanco (White Noise) con el que ganó el máximo premio de las letras gabachas (el National Book Award). La novela es una especie de representación de la cultura media norteamericana. Los protagonistas de la historia observan cómo, desde entonces, el espacio privado, íntimo, se veía interferido por ruido que provenía de todo tipo de fuentes diferentes: la televisión, los otros, las noticias, los temas de interés público, etcétera. Y eso que el pandemonio de las redes sociales ni siquiera existía en la ciencia ficción.
La novela de este titán de la literatura americana prefiguraba lo que vemos hoy de forma inexpugnable: la invasión ubicua de estímulos sonoros o visuales en todos los espacios nuestra vida cotidiana.
Una de las frases que utilizamos al hablar de un proyecto que intenta hacerse visible es precisamente “Hacer ruido”. La forma en la que hablamos, las palabras que inventamos, las frases que elegimos, son una representación de lo que somos y de lo que anhelamos. Es una especie de estampa de nuestro inconsciente social. El ruido no sólo ha dejado de ser, en el argot cotidiano, algo que contamina, que molesta, que perturba, sino que ahora incluso tiene una connotación positiva.
Pensaba en todo esto mientras realizaba un viaje largo en Metrobús de C.U. a la colonia Roma. Los estúpidos videos “chuscos” que se muestran a los pasajeros en los pequeños televisores dentro de los vagones, muestran el estado de enajenación en el que vivimos. La meditación y la contemplación son asociadas con el enemigo público número uno de nuestro tiempo: el aburrimiento.
Prefieren, las mentes maestras detrás de la decisión de torturar a los usuarios del transporte público con estos jocosos contenidos, someternos a las formas más burdas y absurdas de comedia que dejar al viajero a merced del sonido de sus propios pensamientos.
En Estados Unidos la demencia se ha convertido en un problema de salud pública más grave que los problemas cardiacos o el cáncer. En nuestro país en las últimas tres décadas se ha cuadriplicado el número de suicidios. Algo está mal en la forma que vivimos y nos negamos a reconocerlo. Todo este ruido al que nos sometemos, ese que visionaria y proféticamente atisbó Delillo desde los años 80, y que podemos ver prácticamente en cualquier esquina del espacio público citadino, es una muestra palpable del desconcertante estado de nuestras vidas.
Al buscar atraer la atención de la gente, hemos inundado el espacio público de interferencia sonora que ha traído como consecuencia el fenómeno exactamente opuesto: que seamos incapaces de fijar nuestra mente en un pensamiento sostenido por más de unos cuantos segundos
(DIEGO RABASA)