En este país llevamos muchos años contando muertos. Tantos años y tantos muertos que es posible que hayamos perdido capacidad de indignación frente a muchas tragedias. No hay justificación para ello. Pero es cierto que algo de esa insensibilidad podría explicarse como mecanismo de “protección”: deseamos negar la realidad porque ésta se ha vuelto insoportable luego de que atestiguamos aborrecibles masacres como lo fueron, por mencionar algunas, la aparición en un solo lugar de 72 migrantes asesinados (San Fernando, Tamaulipas, agosto 2010), la muerte de 52 personas (mayoritariamente mujeres) en el incendio provocado en el Casino Royale (Monterrey, agosto 2011), o las llamadas narcofosas, como la de Taxco, con medio centenar de cuerpos (junio de 2010).
Por si fuera poco, además de las de muertos tenemos también las cifras de los desaparecidos. El gobierno federal ha prometido que dentro de poco informará cuántos mexicanos pueden ser catalogados como desaparecidos, un término al cuál nunca debimos habernos habituado. Sea cual sea el número que resulte de depurar el padrón que esta administración heredó de la anterior, serán demasiados. Y se puede decir que también ante esas tragedias hemos desarrollado el mismo teflón, ese que nos aleja del dolor de madres, padres, hermanos e hij@s que buscan a sus seres queridos.
Hace meses algunos de esos casos fueron relatados dentro de los diálogos que hubo entre políticos y el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad en el Castillo de Chapultepec. Esas historias nos conmovieron, pero pronto volvimos a un refugio tramposo, el de convertir a esas personas en cifras y en una etiqueta. Son los desaparecidos, que como los asesinatos de los años recientes, casi nunca tienen para el gran público nombre ni apellido, y por tanto parece no importar ya si son cientos o si son miles, pues llega un momento en que de tanto abultarse esas cifras ya no intranquilizan.
Por lo anterior, nos espera una abrumadora tarea. Ayer lo recordaba en su programa de radio Denise Maerker. A propósito de una charla que tuvo con el profesor español Arcadi Espada, la periodista advertía cuán importante será recuperar las historias de las víctimas de todos estos años. Darles esa dignidad a tantos y tantos mexicanos supondrá un paso indispensable para cerrar la herida de la violencia.
Los capitalinos podemos empezar con los jóvenes desaparecidos hace un mes en el Heaven. No los convirtamos en “los doce de Tepito”. Varios medios han publicado semblanzas de esas personas que todos deseamos que aparezcan sanos y salvos. Sin importar qué pasó o por qué fueron plagiados tienen una historia. Conocerlas a través de Pablo de Llano y su reportaje “Los 12 rostros del misterio que ha sacudido a México” tiene un efecto electrizante: es una vacuna en contra de la insensibilidad.
Ya va siendo hora de que además de contar muertos y desaparecidos, contemos también historias, biografías de víctimas que seguramente nos harán reclamar con más vehemencia a las autoridades que den con el paradero de estos, y de otros, desaparecidos.
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*Periodista, colaborador de El Pais, columnista en La Razón y sinembargo.mx