En el invierno de la Ciudad de México, la hipotermia es una causa de muerte. El frío es particularmente letal en los cuerpos deteriorados por los años de vida en la calle
Por Brenda Raya*
“Encogido como un elotito”, así describe su compañero la forma en que encontraron a Jorge al amanecer de aquella noche de invierno. La última que pasó en la calle, en las cercanías del metro Juárez, que fue su hábitat casi toda su vida. Jorge, de permanente sonrisa, fue siempre un niño cariñoso y amable, pero ni la simpatía de sus compañeros ni la generosidad de los vecinos y comerciantes pudieron evitar ese drástico fin. Sus compañeros buscaron a su familia y le dieron un entierro digno.
En el invierno de la Ciudad de México, la hipotermia es una causa de muerte. El frío es particularmente letal en los cuerpos deteriorados por los años de vida en la calle. No hay temporada invernal que no se lleve consigo alguna de estas vidas. Un periódico de Ciudad Juárez dio una noticia hace unos días: “Encuentran a indigente sin vida en plena calle; habría muerto de hipotermia”.
Otra muerte fue registrada la semana pasada en un diario de Toluca: “El ahora occiso era un indigente que diario tomaba, se drogaba y vagaba por las calles de la ciudad”. Ni siquiera la muerte más indigna para la sociedad puede evitar que se juzgue a quien vive en la calle.
Las muertes de este sector de la población se dan a conocer en la nota roja, sin crimen de por medio; no siempre es posible reconocerlos, pues no todas las personas que mueren en la calle vivían en ella. Ahí está la dificultad de contar con precisión a las personas que habitan la calle y mueren cada año. El Censo de Poblaciones Callejeras de 2017 contó 4 mil 357 personas viviendo en el espacio público.
Una idea recurrente, que los responsabiliza de su propia muerte o mal estado de salud, es la que dice que estas personas se niegan a ir a los albergues “porque no quieren obedecer órdenes”. Pero hay algo más profundo que les impide aceptar la propuesta: ingresar a un albergue implica la pérdida de sus mínimos lazos de confianza, sus lugares seguros, sus amigos y sus compañeros no humanos.
No sólo es el invierno
En la calle ninguna época del año está exenta de dificultades, son dos las más complicadas: el verano por sus lluvias y el invierno por sus noches frías. Con lluvia hay que buscar el lugar seco, sin techo esto es imposible. Las lonas, los plásticos y los cartones son las paredes del frágil resguardo, pero al final de cada tormenta hay que esperar a que las cosas sequen, cuando algo queda por recuperar.
De noche eso se complica, los respiraderos del metro sirven siempre y cuando el transporte se encuentre en servicio. Las marquesinas en la ciudad son un atajo cada vez menos frecuente.
La lluvia requiere la agudeza de los sentidos, estar alerta, buscar resguardo, cuidar las pertenencias, proteger a la familia, los compañeros, los perros, los necesarios objetos de fe. Son días terribles, sin descanso y cada mañana hay que atrapar los rayos del sol mientras duren; sin embargo, el invierno es más duro aún. Sin paredes, cobija, lona o cartón que lo resista, hay que buscar refugio pagado, tolerar las condiciones del albergue, prender fogatas, amarrar bolsas de plástico al cuerpo.
El clima duro no es la única afrenta: Ariel, quien vivió más de una década bajo el puente de Circuito Interior y Eje 1, acompañado de un par de perros, aprendió a defenderse de las ratas desde la noche que sintió su pasear tranquilo sobre su rostro. Ahora deja unas piedras listas cerca de su cama por si vuelve a suceder.
Hasta el año pasado, el viejo Ariel mantuvo ahí su parca vivienda. Sólo una plaga de pulgas pudo desplazarlo. Ahora duerme sobre el camellón, a unas cuadras de su antiguo refugio. Hace más frío y los vecinos tiran la basura cerca de su lugar de descanso. Con todo, dice que cualquier cosa es más tolerable que vivir con las pulgas sobre el cuerpo.
Que la muerte no ronde más las calles
En una ciudad donde la hostilidad es la norma, un camino de acción es sencillo e inmediato. Una cobija, un suéter, alguna chamarra, un par de calcetines nuevos. Una taza de té caliente, una cena ofrecida con respeto no acaban con el problema, pero ayudan a terminar el día con esperanza. Conocer la historia que hay detrás de esas personas que por comodidad hemos aprendido a no verlas.
El 18 de enero de 2022 un hombre cayó en las calles de París. Pasaron nueve horas de abierta indiferencia de los paseantes, hasta que un vagabundo se acercó a mirarlo e hizo una llamada de emergencia.
El célebre fotógrafo suizo René Robert murió por hipotermia a los 84 años de edad, pues los servicios médicos ya no pudieron hacer nada por él. Al día siguiente, los medios de Europa condenaron la indiferencia de la sociedad. En el recuerdo quedará la acción de un anónimo habitante de la calle, el único que dio ejemplo de compasiva humanidad.
*Cronista, geógrafa e integrante del Colectivo Callejero