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Cuando era niño, oí una canción donde un hijo le preguntaba a su padre quién era esa persona que veía en la calle y el papá le contestaba: “un vagabundo es un hombre que anda siempre sin ambición, sin casa, ni esperanzas” y después le dice el padre al hijo “nosotros jamás seremos vagabundos, vivimos del amor y de ilusiones”.
Más tarde, ya de joven, oí una rola de Gerardo Enciso que cantaba Nina Galindo y dice “los ves en bola por suburbios del centro, de caramelo traen su chemo y mariguana en el pecho, viven en vías del tren, son niños sin poder, viven los cuentos del miedo…”
Ahora de adulto, he tenido la oportunidad de trabajar con la población que vive en las calles de la ciudad de México y ha sido una experiencia que sin duda me ha marcado para siempre.
Hablar de las personas que viven en las calles, es hablar de historias de sufrimiento, maltrato y vejaciones; pero también es hablar de capacidad para adaptarse, de solidaridad, de hermandad, de lucha, y en ocasiones, de alcanzar mejores condiciones de vida.
En las calles de la ciudad viven familias completas, ya sea de quienes tienen la misma sangre o quienes han decidido hermanarse en el diario compartir del pan, el chemo y la cobija.
Pero los hay también solitarios, quienes han encontrado en las afueras de alguna estación del Metro, en un cajero automático o en alguna banca de un parque público; su hogar, su espacio, su morada.
Desde bebés de días de nacidos, hasta ancianos que rondan las 9 décadas, es el espectro de edad de las personas que hospedan las calles; pero adultos jóvenes son por mucho, el mayor número de ellos.
Eso si, la gran mayoría de quienes duermen en las calles de la ciudad, no nacieron ahí, vienen de una familia que no quiso o no pudo albergarlos.
La calle provee, se dice con insistencia, y es verdad; pero también la calle lastima, la calle genera heridas, pero también si su estancia no es muy prolongada, hasta las puede curar.
La calle por supuesto que no es un lugar óptimo para vivir, pero muchas veces es el refugio ante la violencia familiar.
Los trastornos emocionales van ligados a la vida en la calle, un poco como causa, pero también como consecuencia.
El consumo de sustancias adictivas también es parte fundamental de la vida en calle; muchas veces es la razón por la cual se vive en ella y otras veces gracias a su consumo, se toleran las adversidades.
A las personas que habitan en las calles, no hay que lastimarlas más, tampoco hay que compadecerlas.
Hay que verlos como seres humanos que han sufrido y probablemente sigan sufriendo.
Hay que mostrarles respeto, regalarles nuestra mejor cara y porque no, si podemos, apoyarlos y darles la mano.
En cinco años que los traté y conviví con ellos, les puedo decir que nunca sufrí algún tipo de agresión de su parte; todo lo contrario, aprendí mucho de cada rostro, de cada mirada, de cada esfuerzo y me han dado lecciones que nunca olvidaré.
El tema es muy extenso y el espacio corto, espero en otra ocasión escribir más sobre la población de calle en la ciudad, sus problemas, sus alternativas, quiénes se ocupan de ellos, los avances en las políticas públicas y todo lo que falta por realizar en favor de ellos.
*César Cravioto Romero 40 años de vivir en la ciudad de México. Comunicador de profesión, por la UIA. Ex Director de Concertación Política y ex Director General del Instituto de Asistencia Social del Gobierno del Distrito Federal. Consultor en temas de Comunicación.
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