El problema de la escasez de agua, además de las afectaciones obvias a la vida y la ciudadanía, también repercute en el estado del suelo
Por Evelyn C. Ayala*
¿Has notado que al caminar por las calles algunos edificios se ven más “chuecos” que otros? ¿O que una avenida que en teoría debería ser plana presenta algunas curvas de arriba hacia abajo? Esta observación revela un fenómeno intrigante que afecta silenciosamente a nuestra ciudad y que tiene consecuencias significativas en la estabilidad estructural de edificaciones y en la configuración misma del entorno urbano que habitamos.
El hundimiento gradual de terrenos y estructuras es un tema que suscita preocupación entre los especialistas y la población en general, y se ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo en entender a fondo la problemática, analizando sus causas y consecuencias que, desafortunadamente, tienen que ver con la ausencia del agua.
Entre menos agua, más hundimiento
Quizá sin saber de medicina podríamos advertir un diagnóstico de deshidratación en una persona con sólo mirarla y comprobar que se le han hundido los ojos por la falta de líquidos en su sistema. Así también se observa el hundimiento de la Ciudad de México como consecuencia de la extracción desmedida de las aguas subterráneas.
Esta consecuencia de extraer agua que no regresa al medio ambiente es el hundimiento, según indica el Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred). Por poner un ejemplo visual, todo el talud de pasto que tiene a los lados el Ángel de la Independencia es la medida de lo que se ha hundido la ciudad desde 1910 a la fecha.
De acuerdo con el Boletín de la Sociedad Geológica Mexicana, el hundimiento varía entre seis y 30 centímetros al año. Esto sucede porque cuando el agua se extrae, se reduce el volumen de la mezcla de arcillas y otros materiales que están en el suelo; este fenómeno se produce a lo largo de mucho tiempo, por lo que sólo se puede observar cuando ya han pasado varios años.
Sobreexplotación como causa
La Comisión Nacional del Agua (Conagua) ha reconocido que el hundimiento que presenta la capital se debe a la sobreexplotación del acuífero y, para impedirlo, a principios de los años 50 se llevó a cabo el Sistema Lerma que “llegó a aportar en los años 70 hasta 13,700 litros por segundo de agua potable a la ZMVM”, se lee en un informe de la Comisión.
El sistema Lerma son pozos en la zona del Alto Lerma y los bombeamos por un túnel. Sin embargo, la sobreexplotación en la zona llevó a las autoridades a estudiar la viabilidad de explotación de otras cuencas: Cutzamala, Libres-Oriental, Tula-Taxhimay, Alto y Bajo de Tecolutla y Alto Amacuzac.
Finalmente se decidió por la de Cutzamala y el aprovechamiento de varias presas. El Sistema Cutzamala es el sistema de presas, bombas, plantas de tratamiento de purificación del agua, túneles, un acuífero y un sistema de distribución que abastece a la CDMX. Hoy el caudal del Sistema Cutzamala se ha reducido en 800 litros por segundo, según indica un informe del gobierno mexicano.
A marchas forzadas
A lo largo de casi cuatro décadas, las cuencas que nutren el Sistema Cutzamala han sido forzadas a abastecer una parte importante de la población de la Zona Metropolitana del Valle de México que cada día crece más. Más o menos de un 30% a 40% del agua que se distribuye proviene de esos sistemas que vienen de otras cuencas, pero el hecho de que estos sistemas puedan abastecer agua depende de la cantidad de lluvia captada.
Además, el Cutzamala requiere grandes cantidades de energía para bombear el agua de zonas tan alejadas de la ciudad ya que consume una energía similar a la que consume el estado de Puebla. Los datos del Boletín antes mencionado, indican que ese consumo es de 1,787 millones de kilowatts, pero los esfuerzos se desperdician en tareas que no requieren agua de alta calidad, tales como el riego de jardines y campos de golf, descargas del inodoro, lavado de autos, entre otras.
Y por si fuera poco, las y los especialistas en gestión hídrica saben que hay cerca de 1,500 tomas clandestinas, y que buena parte del agua potable se desperdicia por falta de mantenimiento a las tuberías viejas que provocan fugas, haciendo que aproximadamente un 40% del agua distribuida se pierda a causa de ello. Hasta el momento, está en manos de la ciudadanía continuar y reforzar los hábitos que cuidan el agua en las labores cotidianas, así como todo aquello que permita su almacenaje a través de la lluvia, de la reutilización y de la minimización del gasto.
*Texto adaptado para + Chilango