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Los retos de la enseñanza chilanga

Por: Redacción
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Estas son las historias de tres estudiantes, de diferentes contextos socioeconómicos y niveles educativos, que nos permiten hacer una instantánea del momento por el que pasa la educación en la CDMX: los retos que enfrentamos, las lagunas pendientes por llenar, y también las cosas que vamos haciendo bien

Por Lucía Díaz*

Acceder a la mejor educación en la CDMX sigue siendo un privilegio y un símbolo de estatus. En el ámbito privado prevalece una educación colonialista, mientras que en la pública persisten las tensiones sociales.

A pesar de ello, lxs chilangxs luchan por acceder a una educación profesional aunque menos del 35% de quienes ingresan logran titularse. Estas son las historias de tres estudiantes, de diferentes contextos socioeconómicos y distintos niveles educativos, que nos permiten hacer una instantánea del momento por el que pasa la educación en México.

Julián

Entró a una escuela primaria ubicada en el sur de la ciudad, tenía seis años y un diagnóstico de neurodiversidad. Esa fue la razón principal para que sus padres lo llevaran a un colegio inglés con un sistema abierto, inclusivo y liberal. Desde su ingreso tiene como apoyo una terapia emocional, y aunque han disminuido sus angustias, es un niño con hipersensibilidad que suele sentirse intimidado por estudiantes más grandes.

También recibe una educación sexual con la finalidad de que pueda conocer su cuerpo, crecer sin tabús y prevenirle de abusos. Dos niñes han cambiado de sexo y Julián les llama por sus nuevos nombres y pronombres como el resto.

La aceptación de niñes trans ha sido más fácil para Julián que para las madres y los padres de familia. Sin embargo, la escuela ha hecho un esfuerzo para que la mentalidad cambie, y la última medida ha sido modificar el “día de las madres” por el “día de la familia”, pues varixs niñxs provienen de familias homoparentales.

Sus docentes son jóvenes provenientes de diversos países como Sudáfrica, Egipto y Brasil. Pese a que su escuela ofrece muchas becas a sus estudiantes, no hay ningunx de origen indígena. Aunque entre los valores de la escuela están el respeto y la inclusión, sus padres no saben del todo si es un lugar libre de discriminación.

Las cuotas que pagan son considerablemente altas, ambos tienen empresas propias y trabajan durante el día repartiéndose las labores de casa. Sin embargo, es a su madre a quien más buscan lxs docentes, asumiendo que es ella quien está dedicada a la crianza.

Julián aún no ha visto ningún caso de acoso o violencia en la escuela. Todxs lxs niñxs llevan las prendas que desean, los estereotipos de género son evitados, y algo que se celebra es la autenticidad. En esta escuela no hay tareas, sólo les dejan leer dos libros por semana y les recomiendan salir de casa.

Santiago

Cumplió 13 años mientras cursaba el primer año de secundaria en una escuela privada en Santa Fe. La escuela de Santiago le exige llevar uniforme, aunque nadie le ha explicado por qué.

La pandemia dejó varias lagunas en su generación, les cuesta más trabajo concentrarse y tener orden y limpieza. Sus padres acaban de darle un celular pero no lo lleva a la escuela. Algunxs de sus colegas lo usan en clase para buscar cosas en internet o chatear pero Santiago prefiere comunicarse con ellxs directamente.

El sistema educativo de su escuela mezcla la educación análoga con la digital. La maestra tiene en su escritorio una computadora, y le hace llegar las tareas y calificaciones a su email. Santiago, sin embargo, no suele pasar tiempo en la computadora, aún prefiere escribir y dibujar en papel. Sus exámenes son en papel, de respuestas u opción múltiple con la presencia de sus profes.

La de Santiago es una generación intolerante al regaño, que puede pedir explicaciones a sus profes sobre sus calificaciones, e incluso convencerles para subirlas. Jamás le han castigado ni humillado en clase y asegura confiar en sus maestrxs. No obstante, la escuela no parece un lugar libre de conflicto y bullying.

El otro tema que parece ser complicado es la relación con las niñas, cada año lleva un taller de sexualidad donde se habla de géneros, orientación sexual y cómo cuidarse. Sin embargo, los prejuicios parecen seguir presentes. Santiago define el machismo como “creerse más capaces que las mujeres y pensar sólo en los hombres”.

Gilda

Estudia a distancia el octavo semestre de Arquitectura en la UNAM. Su trayecto por la educación pública comenzó en la primaria y su pase a la universidad fue directo.

La facultad recibe a 7,000 estudiantes por la mañana y 7,000 por la tarde. Todos los años cambian los talleres y el grupo de estudiantes. Tras cuatro años de tomar clases ahí, Gilda comenta haber tenido relación cercana solo con un total de 10 estudiantes, el resto son sólo caras conocidas. 

La arquitectura es un medio muy misógino, asegura. Su educación no ha estado exenta de esto y en su facultad ha habido varios paros feministas. El bullying no se manifiesta tanto entre estudiantes sino con lxs docentes. “Pueden ser humillantes, te rayan las maquetas o se suben en ellas para romperlas, pero esto está totalmente normalizado en el gremio. Te hacen sentir vergüenza del error y hay que vencer ese miedo lo antes posible”.

Su educación comenzó siendo análoga, durante el primer año aprendió a dibujar y proyectar en papel sobre los restiradores del salón. Los salones cuentan con pizarrones y proyector. Gilda recuerda que una maestra de teoría les prohibió usar computadoras en clase.

El acceso a recursos es desigual pero la universidad hace un esfuerzo por acortar esas brechas. Las diferencias económicas en la facultad son las mismas que se pueden ver en el país pero lo más complicado de estudiar Arquitectura en la UNAM es la competencia y la prepotencia, “hay una tendencia a sentirse chingonxs, aunque la mayoría estemos aquí por el pase directo”.

*Texto adaptado para + Chilango