Los vecinos, tal como los conocemos ahora, es un invento del neolítico, hace unos ocho o diez mil años. Antes estaban “los del otro clan” pero, como éramos nómadas, cada quien iba para su lado en la vasta tierra despoblada y con suerte no los volvías a ver. Luego vinieron la agricultura y las cabras en el corral.
La gente agarró su terrenito, y los vecinos hallaron el modo de que su pasto creciera más verde. A la fecha, nadie ha logrado igualarlos.
Son gente muy rara. Obsérvalos en la próxima junta-de-vecinos (otro invento del neolítico): llegan de mala cara. Hay, pongamos, desabasto de agua. No hay consenso en llamar una pipa porque dos vecinos prefieren bañarse a jicarazos. Si los demás del edificio pagamos la pipa, esos que no están de acuerdo, y no van a pagarla, tendrían el agua gratuitamente.
Así son con todo: las cuotas de mantenimiento, de la basura, de las composturas… Decidimos no darles el gustito de tener agua. Entonces, nosotros tampoco.
Los vecinos se dejan conocer por el ruido tras las paredes. A las de arriba las conoces por sus pasos. A los de enfrente por sus jadeos. A los de abajo porque ponen a Fey…
Una noche, a la de al lado le pone una golpiza el novio. Gritos horribles. Llamas a la policía. Los oficiales sólo pueden entrar si hay orden de un juez o si das autorización; pero no es anónima. Temes por tu vida. Pero la están casi matando, les dices. Se encogen de hombros. Días después la vecina te saluda en la escalera. Le falta un diente.
Los vecinos son la fantasía sexual de los guionistas de cine y televisión. En la pantalla, los vecinos conviven, fiestean, se ennovian, se apoyan, se intercambian.
Son ideales para ahorrar locaciones y maximizar situaciones. Vecino espía a su vecina, la conoce, se enamora, sufre: comedia romántica. Vecino espía a los vecinos, los mata: terror. Vecina espía a sus vecinos, quiere arreglarles la vida: Amélie. Espiar es un verbo propio de la convivencia vecinal.
En la vida real, los vecinos casi no se saludan. Si lo hacen, se tratan de usted. La vecina sociable organiza una fiesta para todos los del edificio.
Piensas que serías mal vecino si no acudes. Todos pensaron lo mismo que tú, y tienen la sonrisa congelada y un vaso de plástico con mezcal. Como prisioneros, se nombran por número: el del 108, la del 302, los del 207. Todos prometen volverse a reunir pronto, ha sido una linda velada. Por supuesto, nadie está hablando en serio.
De todos los vecinos que vivían en tu edificio cuando te mudaste a vivir ahí, sólo quedas tú. Nuevos desconocidos ocupan cada departamento.
Lo que no cambiará es la proporción de los que no quieren pagar sus cuotas.
*Felipe Soto Viterbo nació en la Ciudad de México. Es autor de las novelas El demonio de la simetría, Verloso, artista de la mentira y Conspiración de las cosas. Es profesor de periodismo en la Ibero y de narrativa en el Claustro de Sor Juana. Para Más por Más ya escribió acerca de la escasez del agua en la Ciudad y de las razones por las que mucha gente prefiere proteger perros abandonados y no a otros humanos.
(FELIPE SOTO VITERBO)