Mujeres que viven en las calles de la CDMX enfrentan no sólo discriminación y violencia sino también el prejuicio de autoridades, quienes las separan de sus hijxs
Por Brenda Raya*
Mari dio a luz en una noche fresca de enero, entre lonas, cobijas y ropa, afuera de la Iglesia de la Santa Veracruz, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Tenía siete meses de embarazo y no era su primer hijx, pero ante las malas experiencias vividas en hospitales, decidió parir a la intemperie antes que llamar a la ambulancia. Su principal temor, cuenta a + Chilango, era que una vez estando en la unidad médica la separaran de su pequeño, lo que sí sucedió, pues alguien llamó a una ambulancia y, una vez en el nosocomio, le arrebataron a su bebé.
Discriminación, violencia obstetricia y la judicialización de su maternidad, son algunas de las problemáticas que enfrentan las mujeres que habitan la calle, pues tanto el personal médico como el de impartición de justicia asumen que estas madres, por su condición de vida en el espacio público, no tienen derecho a mantener a sus hijxs consigo.
La Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México (CDHCDMX) documentó tres casos de separación de niñas, niños y/o adolescentes de familias que habitan la calle.
En el Informe Temático de Derechos Humanos de las Personas en Situación de Calle de la Ciudad de México, presentado el 12 de febrero pasado, se menciona: “En los expedientes identificados se desprendió el señalamiento, principalmente, a personas servidoras públicas adscritas a la FGJCDMX, al DIF CDMX, al STC Metro, a la Policía Bancaria e Industrial y a la Sedesa (en particular, al Hospital General Gregorio Salas).
De las narraciones de los hechos de queja, se desprende la intervención de diversas autoridades en modalidades distintas en la separación de niñas, niños y adolescentes de sus progenitores, posiblemente motivadas por la existencia de una categoría sospechosa como lo es el hecho de provenir o vivir en una familia en situación de calle”.
“Búscate un hombre que te mantenga”
En las poblaciones callejeras, son las mujeres cis y trans, junto a las infancias, quienes están más expuestas a la violencia y los abusos no solo del entorno, sino del grupo con el que habitan. Una mujer que vive en la calle experimenta acoso, insultos, violaciones individuales y tumultuarias, intercambios sexuales por sustancias o por “protección”.
Para ellas, en ocasiones tener una pareja se vuelve “necesario”, para sobrevivir en las calles. Los embarazos entre esta población ocurren a temprana edad y en su mayoría no son planeados, incluso, algunos evolucionan sin que ellas se den cuenta hasta que está muy avanzado.
Andrea, de 18 años, quien tiene una hija y trabaja limpiando parabrisas en un crucero, comparte: “Cuando tienes un hijo te señalan más feo, hay hombres que se te acercan y te preguntan que cuánto cobras; sólo por limpiarles el parabrisas te insultan, cada vez que tienen oportunidad te dicen que si ya no quieres estar en la calle pues cásate, búscate un hombre que te mantenga”.
Con todo y la dificultad que implica, la maternidad llega a ser un motor de vida para las mujeres que se encuentran en la calle. La llegada de una infancia representa la razón para emprender un camino fuera de las calles, aunque no todas los logran lo logran: “A veces intentas salir de ahí y te consigues un trabajo, en una cocina, por ejemplo, y dices que eras limpiaparabrisas, entonces te señalan de ratera. Yo conseguí un trabajo en una obra y el señor que mandaba ahí me insultaba, me decía que era bien mustia, que era igual de puta que todas, me defendí, me peleé con él y lo que hicieron fue correrme a mí del trabajo”.
Tres generaciones en la calle
Entre organizaciones de la sociedad civil existe un consenso de que al menos tres generaciones viven en calle, lo que habla de un problema que se va agudizando cada vez más. Para atender a este grupo poblacional, se requiere adecuada información sexual y reproductiva, así como el acceso a la salud, incluyendo la interrupción legal del embarazo, atención médica, acompañamiento jurídico en caso de abusos; sin embargo, muchos de estos derechos no pueden ser ejercidos simplemente por falta de documentos de identidad.
En un momento histórico tan importante que viven las mujeres en la conquista y el ejercicio de sus derechos, resaltan las vidas de aquellas que habitan la calle, a quienes incluso se niega el derecho a una identidad. Esas mujeres a quienes no se les permite la convivencia con sus hijos y para quienes los abusos son pan de cada día, para las que todas las puertas se cierran. Al término de la entrevista, la joven Andrea deja de hablar de sus penurias y sus pequeños ojos almendrados se iluminan: “Bueno, hay que salir de eso, no siempre quiero limpiar parabrisas, no siempre quiero estar en la calle, porque lo poco que yo he vivido no está bonito. ¿Simplemente porque he vivido en la calle y trabajo en la calle mi voz no cuenta?”.
*Cronista, geógrafa e integrante del Colectivo Callejero