Tengo una amiga que vio a Miguel Ángel Mancera corriendo en el neoyorquino Central Park hace dos semanas, cuando fue a la Gran Manzana. Eso no tiene nada de inusual. Afecto como es al ejercicio, seguro el jefe de gobierno del Distrito Federal quiso vivir la gran experiencia que es correr en el bosque metropolitano más famoso del mundo. Lo que en cambio sí me sorprendió de esa visita del tuitero #mm fueron otras dos cosas.
El jefe de gobierno no programó una reunión con migrantes mexicanos en Nueva York. A diferencia de Marcelo Ebrard, que incluyó en una gira de 2008 un encuentro con paisanos, Mancera no tuvo en su primera visita a Manhattan espacio en la agenda para entrevistarse con mexicanos, chilangos o no, que trabajan acá.
Para empezar, Mancera desperdició una oportunidad para hacer un contraste con el presidente Enrique Peña Nieto, quien en su diplomacia pragmática ha dejado claro que, para él, el debate migratorio es cosa doméstica de Estados Unidos.
Si alguien argumenta que son muy pocos los chilangos que habitan en Nueva York (1 de cada veinte que emigran a EEUU eligen la ciudad que nunca duerme, según un estudio de la SRE), debería tener en cuenta que a diferencia de cualquier otro gobernador el jefe de gobierno de la capital tiene una visibilidad aparte, única, un peso que debería de usarse para apoyar la causa de los indocumentados, ahora que esa bandera, al menos abiertamente, ha sido abandonada por Peña Nieto.
La segunda razón de mi extrañeza sobre el viaje de Mancera fue eso de que él pagó de su bolsillo la gira. De verdad no sé qué pensar. Si un gobernante dijera: me voy de vacaciones. Pues muy bien, después de cierto tiempo tendría derecho a ello, incluso con salario incluido.
Pero si viaja y se entrevista con el alcalde Michael Bloomberg y con la organización de Bill Clinton, y luego reporta que hablaron de proyectos que pudieran ayudar al Distrito Federal, ¿qué fue eso? ¿Trabajo en su tiempo libre? ¿Relaciones públicas para su uso personal? ¿Ni una cosa ni la otra? Como él pagó el viaje, ¿no está obligado a rendir cuentas sobre el mismo? No está obligado a contestar, por ejemplo, ¿por qué no se reunió con mexicanos que trabajan en las cocinas pero también en las oficinas neoyorquinas?
Mancera ya calló la boca a sus críticos. En menos de seis meses, tiene el partido en su mano y dejó claro quién manda en la Asamblea Legislativa. Bejarano ha sido golpeado dos veces y Marcelo está relegado. Muy bien. Lo que sigue siendo una incógnita, sin embargo, es qué ciudad quiere el jefe de gobierno.
Si lo único que Mancera pretende es mejorar la gestión de la ciudad de México, como ha llegado a decir, pues ojalá haya seguido con atención esto: en Nueva York hay un proyecto para hacer automático el cobro de los cruces por los puentes. ¿Por qué importa? Porque los autos de los neoyorquinos generarán menos gases al detenerse para pagar (exactamente lo contrario a los accesos a nuestra “supervía”, ¿o no?).
Otro caso: las obras en la línea 7 del metro fueron declaradas la semana pasada la construcción del año por la sociedad de ingenieros del estado de Nueva York. Un gran premio a un proyecto de mil 100 millones de dólares que se acabó cinco meses antes de lo programado y dentro del presupuesto original.
Ojalá en su weekend autopagado en Nueva York Mancera haya preguntado por esos proyectos. Eso habría valido el viaje, así fuera a costa de no ver ni oír a los paisanos.
*Periodista, colaborador de El Pais, columnista en La Razón y sinembargo.mx