“Esto es el silencio”, pensé, y me callé mentalmente: no quería ensuciar ni siquiera con mi voz interior esa cápsula de paz que era mi habitación a medianoche. Estiré las piernas, mi piel se regocijó en el frescor de las sábanas del Hotel Oasis y cerré los ojos para percibir el Mar de Cortés, majestuoso frente a mi balcón: su oleaje manso se disipaba en el repiqueteo de la espuma que la arena bebía. Sonreí mientras me quedaba dormido.
“No, por favor”, le rogué temblando, al borde del llanto.
Me desperté y sobresaltado indagué, “¿de dónde viene su canto?”. Detecté que del mismo punto de la grabación surgía el grito de una señora: “Dime yes or nou: ese día en Phoenix, ¿te fuiste con esa vieja?” “No”, contestó él. “Dime yes or nou: ¿me amas o no?”. “Yes”, dijo él. “Dime yes or nou: ¿eres un puto que me engaña? “No”, dijo él y ella le contestó: “¡puto, puto, puto!”, 17 veces, en una furia que degeneraba en sollozo.
En ese instante, entre la música romántica y los alaridos, apareció una voz tímida que detuvo aquel examen matrimonial de opción múltiple. “Disculpen, ¿podrían bajar tantito la voz?”, les dijo, y al pronunciar “tantito” con decencia de campanita tintineante, imaginé a Tinker Bell. “¡Esto no es Estados Unidos, no lo es! ¿Entiendes?”, le reclamó la señora, en un mensaje cifrado que quizá significó: “chamaca pendeja, no vengas a pedir que se cumpla la ley”. Ahí, valeroso, me levanté de la cama: aunque esto fuera México nos iban a respetar.
Abrí el ventanal y advertí que mi balcón estaba en medio, atrapado entre los balcones de Tinker y el del matrimonio con su grabadora. Yo ataqué sereno: “¡Carajo! ¿la señorita y yo tenemos que enterarnos que usted engañó a su mujer?”. Fue su esposa quien alzo la espada: vaso de plástico en mano, trastabillando, puso sus labios a tres centímetros de los míos y me lanzó con un fogonazo de tequila: “¿No escuchaste, puto? Mi marido no-me-engañóoo”, alargando la “o” como para no dejar dudas de su fidelidad.
En seguida, la señora hizo un silencio y nos preguntó a mí y a Tinker: “¿Y ustedes de dónde son?”. “Mexicanos”, dijimos al unísono. “Ná, no mamen, son extranjeros. Regresen a su país, uleros, porque esta noche no van a dormir ni un minuto”, dijo ella, y con su marido empezó a repetir en coro histérico: “¡Niunminuto, Niunminuto!”. El matrimonio, felizmente, estaba unido otra vez.
Resignados, Tinker y yo cerramos los ventanales y logramos que nos dieran otros cuartos. Nos mudamos sigilosos para no atraer al demonio.
Recostados –cada quien en su habitación-, antes de dormir pudimos escuchar muy a lo lejos cómo el matrimonio retomaba a gritos el examen de opción múltiple.
¡Anímate y opina!
*Aníbal Santiago en sus inicios fue reportero de Reforma y otros diarios, y después pasó a escribir en revistas como Chilango, Esquire o Emeequis, en la que hoy hace periodismo narrativo. Ha sido profesor universitario y conductor de televisión. Premio Nacional de Periodismo 2007.