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La retrospectiva del artista michoacano Rogelio Naranjo titulada “Vivir en la raya” y el museo que la alberga (el Centro Cultural Universitario de Tlatelolco de la UNAM) dan prueba de ello.
Vamos con la primera idea: el arte como antídoto para el olvido.
En su agitada historia, nuestro país ha padecido muchos episodios negros que es necesario tener muy presentes en la memoria.
Los temas de los cartones de Naranjo nos muestran con una sórdida precisión algunos de los aspectos más oscuros de nuestro pasado.
Historias de represión (como las estudiantiles del ’68 y el ’71 o como los disturbios de San Salvador Atenco en el 2006), saqueos (uno de los blancos favoritos es Elba Esther Gordillo), marginación y pobreza (cartones como aquél en el que un hombre pudiente festeja con un mendigo la asignación del mundial a México diciendo “Yo con mi champaña y tú con tu chemo”), fraudes electorales, censura, violencia y desigualdad de oportunidades para las mujeres, se encuentran enquistadas en nuestra historia nacional.
Las viñetas de Naranjo se han convertido en algo así como la versión iconográfica oficial –tanto nacional como internacional– de estos momentos y de los legados de “próceres” como Díaz Ordaz, Margaret Thatcher o Augusto Pinochet.
Además de su obra política, retratos memorables de artistas y escritores como José Guadalupe Posada, Monsiváis, Flaubert, Kafka o Italo Calvino, grabados surrealistas e incluso alguna pequeña escultura prueban el hondo calado artístico e intelectual de Naranjo.
Vamos a la segunda idea: la metamorfosis a través de la cultura.
La obra se encuentra en el museo universitario de la UNAM en el corazón de Tlatelolco.
Este edificio que fungiera como sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores durante más de cuatro décadas, ahora es un monumento arquitectónico y artístico de la memoria (no por nada tiene en su interior el Memorial del ’68) y le ha dado una nueva vida a esta emblemática zona de la ciudad.
La intervención que hizo sobre la fachada el artista Thomas Glassford en honor del dios Xipe Totec y que apenas cae el último rayo de sol del día enciende el complejo de franjas de color, ha hecho que el viajero que está por aterrizar en la inmensa masa de asfalto de la ciudad de México perciba el edificio del Centro Cultural Universitario como una especie de corazón fulgurante que sirve como metáfora de que un cambio de piel, armonioso y bello, es posible a través del arte.
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(DIEGO RABASA | MÁS POR MÁS)