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El sábado emprendí una excursión a un lugar de nombre dulce y apellido institucional: Chalco de Díaz Covarrubias. A pesar de encontrarse en el área metropolitana, en el Suroriente, hablo de una excursión porque tardé casi dos horas en llegar, con todo y que el tráfico no era el usual. Con $14 pesos me alcanzó para arribar a un extremo de la línea 12 del metro, abordar un microbús con dirección a San Pedro Tláhuac y tomar una combi hasta Chalco. “Lo dejo ahí por el Coppel, ¿le queda bien?” Dirigirse por primera vez a la cabecera de Chalco asombra bastante.
En la carretera se pasa por en medio del remanente del lago de aguas dulces que, en sentido contrario, cruzaron los conquistadores rumbo a Tenochtitlan. Los cúmulos blanquísimos y el Izta y el Popo súper cercanos completan un cuadro que evoca el Camino a Chalco con los volcanes (1891) de José María Velasco. Sin embargo el desmedido crecimiento urbano del Valle de Xico (donde originalmente hubo una isla que en realidad es un volcán y donde Hernán Cortés construyó una casa de descanso) amenaza la permanencia de este pedacito del Lago de Chalco, uno de los cinco que hubo en la Cuenca de México. Me parece importante que admiremos sus cerca de 600 hectáreas antes de que sea demasiado tarde. En el Centro de Chalco visité la gran parroquia dedicada a Santiago Apóstol, en la que murió Martín de Valencia, uno de los 12 franciscanos que vinieron a la Nueva España en 1524. En el atrio grandote me tomaron una foto montado en un caballo de plástico.
Después pasé a ver la Casa Colorada, de 1532, la cual sirvió como embarcadero y para restaurar viajeros. Hoy la ocupa un banco de logotipo colorado. Casi enfrente está la famosa Cremería Chalco de los años cincuenta. En su interior las familias se deleitan con frutas heladas como el Iztaccíhuatl. De regreso a Tláhuac noté en la calle un letrero del gobierno municipal que dice: “Chalco se inunda de amor”.
Esto me puso a pensar que más allá de inundaciones y desecaciones a lo mejor en Chalco existe otro problema mayúsculo: el desinterés por parte de un montón de distritofederaleños que nunca vamos para allá, que no asociamos Chalco y amor en una misma frase. ¿Nos da miedo? Chalco no muerde y ni siquiera ladra. El autor del Quijote escribió que no hay viaje malo, sino el que conduce a la horca. El viaje que conduce a la horca es el del olvido. Evitemos ese.
(JORGE PEDRO URIBE)