Me gustaría animar a los curiosos para que la próxima vez que anden por la calle 16 de Septiembre, en el Centro, se fijen en el águila que hay en la puerta del número 52, pegadito a Casa Boker.
Se trata del único vestigio de que en este lugar existió en el siglo XIX un portal llamado el Águila de Oro.
En ocasiones si paso por ahí se me abre el apetito, pues me acuerdo de Armando Martínez Centurión, que inventó las tortas en el mencionado portal a los 11 años, en 1892.
Cuando el espacio resultó insuficiente Armando tuvo que cambiarse al 38 del Callejón del Espíritu Santo, hoy Motolinia.
De esta manera nació la primera tortería de México.
Pronto las tortas de Armando se hicieron bastante populares.
Escribió el cronista Artemio de Valle Arizpe: “Era un placer grande el comer estas tortas magníficas, pero el gusto comenzaba desde ver a Armando prepararlas con habilidosa velocidad”.
A lo mejor esto hace pensar a más de uno en la jocosa película Acá las tortas (Juan Bustillo Oro, 1951), la cual probablemente se basó en la historia de Armando, según me cuenta su nieta.
Llama la atención la elegancia de Mónica Martínez, de seguro heredada del abuelo (“se presentaba a trabajar de traje y sombrero, era amigo de María Conesa y fue a la inauguración de Bellas Artes”), así como su modestia al aclarar: “No es mi familia la que dice que Armando inventó las tortas, esto lo dicen los libros, los cronistas”.
Mónica lo afirma con un Instrucciones para vivir en México (1990) de Jorge Ibargüengoitia en la mano.
La tortería de Armando cumple 121 años en una tercera ubicación: la esquina de Humboldt y Colón, a tiro de piedra de Paseo de la Reforma y la Alameda Central.
El local es pequeñito, como el olvido antes de germinar, sin mayor gracia que una televisión y recortes de periódicos y revistas en las paredes.
“Nos encantaría regresar al mero Centro, pero es carísimo”, se lamenta Mónica.
El negocio no parece vivir su mejor momento, pero resiste con veintitantos trabajadores, tortas pagables, ricas, medianas, de milanesa, pierna, salchicha, cocinadas con ingredientes frescos que no conocen el refrigerador.
Mientras hablamos, algunos se asoman, preguntan, fotografían, sobre todo extranjeros.
Los más vivillos prueban el agua de chicha, fresquísima, que también ideó Armando en el siglo XIX.
Hay quienes reparan en una fotografía del creador de la torta que fue tomada en los años treinta.
En ella se aprecia un brillante, “el más grande de México”, de acuerdo con Mónica.
Que yo sepa estos días ningún tortero usa brillante, tampoco traje ni sombrero, pero para qué nos hacemos: nosotros tampoco.
¡Anímate y Opina!
* Jorge Pedro Urbe LLamas ha trabajado en radio, revistas y televisión. Sus crónicas sobre la Ciudad de México están en jorgepedro.com.Ha trabajado en radio, revistas y televisión. Sus crónicas sobre la Ciudad de México están en jorgepedro.com
(Jorge Pedro Uribe Llamas)