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Ser opinócrata no es fácil. Tiene su chiste, su encanto, su bemol. No es sólo sentarse a aporrear la tecla ni pensar en lo que ya se dijo.
Tampoco sirve de nada ahogarse en los mares del lugar común. En el mejor de los casos lo que cuenta es tratar de recordar y volver a sentir. Hago el ejercicio. Agosto de 2012. Frente a mí, el señor Cervantes se deshace en explicaciones:
-Por la tenencia ni se preocupe… ya dijo Marcelo que el próximo año sólo pagan los autos ‘de lujo’.
-¿Seguro? La verdad yo no quiero pagar un dineral
-Seguro, mire… aquí tengo la tabla autorizada por el gobierno capitalino.
El parlanchín don Cervantes blandía una compleja fórmula matemática con la que, según él, por el valor del vehículo, la depreciación y el factor de no sé qué el auto en cuestión no pagaría tenencia en 2013. Contento, firmé.
Todo era risa y diversión hasta que el doctor Mancera me recetó una cucharada de realidad.
Enero 2013. Llega a mis manos un Formato de Pago Universal: Pague en el banco nueve mil y pico de pesos.
-¡Quéeeee! Están locos.
Maldije a Marcelo, a la aplastante mayoría perredista de la Asamblea Legislativa, a Mancera y hasta mi suerte. A esta última le eché la culpa de comprar un coche nuevo hipnotizado por el canto de las sirenas en campaña.
Sí, recordé. Marcelo estaba en campaña cuando, de un plumazo, decidió bajar el subsidio a la tenencia.
Cómo le fui a creer, me recriminé, si él ya se iba.
Me sentí engañado (y lo estaba) Asaltado. Herido. De inmediato contacté a un gestor, le platiqué mi pena y dos días y mil 700 pesitos después ya estaba yo tributándole a Eruviel.
Sí. Así de fácil dejé de ser un ‘chilango incomprendido’.
Todo esto viene a cuento porque en días pasados me topé con un tuit que rayaba en la desesperación. El Gobierno de la Ciudad recordaba que el plazo para pagar la tenencia 2013 vence en abril, que aún se puede pagar con descuento, en cómodas mensualidades y en tres mil puntos como instituciones bancarias, Oxxos, farmacias, y casi casi con el tendero de la esquina.
Sonreí pensando en aquella vieja teoría económica de Charles M. Tiebout que sostiene que el elector, una vez que ya metió la pata, también puede votar con los pies. Es decir, mover el cuerpecillo para llevarse sus recursos a donde haya una menor carga tributaria.
Así pues, mi querido DF, con mis nueve mil pesitos ni cuentes.
(Daniel Sangeado | MÁS POR MÁS)