Replicante:
–Dícese de una compleja pieza de bio-ingeniería que reproduce la fisionomía humana e incrementa su desempeño físico mediante alteraciones genéticas.
–Dícese de un esclavo.
–Dícese de un director cinematográfico que busca reproducir el éxito y el impacto cultural de una película pop mediante un nuevo producto fílmico que abreva de su estética y su mitología.
Pocas tareas tan complejas e ingratas hay en el mundo de la creación cinematográfica como la de manufacturar un filme sobre un producto consagrado décadas atrás. Citizen Kane: Reloaded, The Godfather IV, o Pulp Fiction: The Early Years, son títulos que de inmediato suenan aberrantes y destinados al fracaso. Sin embargo, en el cine de acción los relanzamientos de franquicias se han convertido en una jugada recurrente de marketing, capaz de generar productos tan aceptables –véase Creed– como aberrantes –véase la versión de Planet of the Apes dirigida por Tim Burton–.
La tarea de adaptar Blade Runner bajo el mando del director canadiense Denis Villeneuve, cuya selecta filmografía lo ha colocado como uno de los cineastas más talentosos y astutos en activo, era un proyecto que todos esperamos fuera exitoso, pero que desde un inicio se percibía imposibilitado para siquiera arañar la importancia cultural de la primera parte.
Blade Runner 2049 es una cinta de acción (drama, si prefieren) que parte de la mitología establecida por Ridley Scott y el guionista Hampton Fancher a principios de los ochenta (mitología adaptada de la célebre novela Do Androids Dream of Electric Sheep?, de Philip K. Dick), y que plantea un futuro en el que los replicantes se han vuelto a convertir en herramientas legales tras ser rediseñados para carecer de libre albedrío y obedecer ciegamente a sus amos humanos. El conflicto surge cuando se registra una reproducción biológica entre replicantes, y un científico megalómano ve en ella la posibilidad de satisfacer por completo las necesidades laborales humanas, para permitir un mayor florecimiento de la civilización sobre las espaldas de esos seres carentes de “humanidad”. Es ahí donde empieza la carrera para encontrar la llave de la ecuación: el primogénito replicante.
El acercamiento de Villeneuve intenta mantener cierta distancia de la cinta de 1982. Erradicada casi por completo queda la atmósfera de sci-fi noir que hizo tan estéticamente memorable al filme de Scott, salvo por algunos guiños del fotógrafo Roger Deakins, quien en esta ocasión ilumina un poco más la versión futurista-neón de Los Angeles, e introduce una serie de ecosistemas hipnóticos que a pesar de su espectacularidad se apoyan casi siempre en la socorrida paleta de naranjas y azules tan recurrente en los filmes de acción contemporáneos.
Una multiplicidad de personajes de todo tipo llena la pantalla para aderezar la búsqueda de Ryan Gosling –un replicante que recibe la misión de encontrar al replicante nacido de replicantes (vaya trabalenguas)– recreándose la pupila del espectador con un universo narrativo en apariencia mucho más vasto que el de la cinta original, pero descubriéndose con el paso del metraje que la sobreexplicación de ese nuevo universo, que en la película de Scott se tocaba de forma tácita, tangencial y ambigua, elimina cualquier atisbo del misterio que impregnaba a la lineal y sencilla trama de la primera cinta con un hipnótico halo de grandilocuencia oculta, dejándonos un filme lleno de hechos explicados y consumados que no dejan rango alguno a la interpretación.
A pesar de lo anterior, Villeneuve demuestra ser uno de los directores más hábiles del momento, entregando una película que aunque se muestra de inmediato como un producto que se rehúsa a romper con los esquemas clásicos del blockbuster del siglo XXI, consigue construir un cúmulo de interesantes dilemas morales que llevan un paso más allá a las preguntas sugeridas en la cinta de 1982 –véase el bellísimo planteamiento del sistema operativo Joy– aderezándolo todo con un espectacular tratamiento estético, que a pesar de eliminar los memorables experimentos fashionistas del filme de Scott –recordemos a Daryl Hannah y sus compañeros replicantes– consigue ensamblar secuencias de gran belleza –véase el paseo por la ciudad del juego– y fantásticos momentos de acción –véase la frenética batalla en la playa–.
En fin. Villeneuve hizo lo único que podía hacer y no lo hizo mal. Al final del día no es tan fácil replicar un fenómeno cultural.