El viernes pasado se estrenó en nuestro país La libertad del Diablo, la nueva cinta de Everardo González, en la que retrata un lado poco conocido de lo que ha dejado la guerra contra el narcotráfico en nuestro país y con la cual ganó el Premio Amnistía Internacional en el Festival de Internacional de Cine de Berlín y Mejor película mexicana en el FIC Guadalajara
¿Cómo seleccionaste a los personajes para La libertad del Diablo?
Me ayudaron tres fuentes: desde el lado de la prensa, Daniela Rea; Carlos Espector, desde el lado del asilo político y la gente que huye del país; Carlos Cruz, que está desde el lado de las organizaciones de expandilleros que tratan políticas de pacificación dentro de las cárceles. Me enviaban ciertos perfiles y los discutíamos. Yo trataba de no ponderar la anécdota sobre la capacidad de reflexión. Quienes podían darnos un discurso más reflexivo que anecdótico eran invitados a colaborar.
Todos los personajes de la película tienen el rostro cubierto por una máscara, ¿por qué decidiste que fuera así?
La máscara es un ejercicio para dar libertad de testimonio y de revelar muchas más cosas de las que se podían ocultar. En un país profundamente clasista como México, donde al mal le ponemos la cara que los medios y el clasismo nos dicen que tiene, pues hace cortocircuito con el espectador, quien no alcanza a ubicar quién es la maldad en esta película. La máscara es un elemento de discurso que habla de que lo que los unifica es el terror, porque todos los que aparecen han vivido aterrados.
¿Qué buscas al visibilizar las historias que presentas en la cinta?
En estos tiempos de sobreinformación, el documental opera como lo hacían todas las agencias de contrainformación en la época de la Guerra Fría, pues permite ver una cara distinta de lo que los medios nos cuentan. El documental permite tener una mirada más emotiva a fenómenos más complejos, como el ejercicio de la violencia en un país como México.
La violencia se ha normalizado en nuestro país, ¿cómo responde el público cuando muestras esa mirada más emotiva?
Nosotros estamos obligados a, por lo menos, intentar mostrar el otro rostro de la violencia. La realidad es que la normalización de la violencia sí tiene que ver con los medios, con la glorificación del mal y la apología del crimen. Y no digo que eso esté completamente mal, pues está en el terreno de la ficción. El problema es cuando eso construye identidades en sociedades como la mexicana, en donde las balas no solo son efectos especiales, sino que provocan huérfanos, viudas, madres de desaparecidos, gente torturada, torturadores que no tienen regreso, adolescentes con pistolas, etc.
¿Cómo fue la recepción de esta cinta en el Festival de Berlín?
El público de Berlín es un espectador muy politizado. Es una ciudad que tiene una historia similar a lo que retrata La libertad del Diablo, pues también fueron divididos por el terror. Era un país fragmentado por el genocidio y los crímenes de lesa humanidad. Hubo un reconocimiento de lo que sucede en la pantalla. Por otro lado, cuando proyectamos la película en sociedades más democráticas y pacíficas, nos dicen que esto es cosa de bárbaros, solo que a esos países se les olvida que gran parte de sus beneficios existen porque, del otro lado del mundo, la gente se está violentando. Por ejemplo, Suiza y sus beneficios bancarios o Luxemburgo y sus aseguradoras, ellos tienen todo el dinero del crimen organizado generando riqueza para sus sociedades. Lo que aparece en la película es un problema de todos, no del violento tercer mundo.
¿La libertad del Diablo está ligada a tu anterior cinta El Paso?
Sí, de hecho era una película que comenzó tiempo antes de que hiciéramos El Paso, solo que no se lograba financiar. El Paso fue una película más coyuntural, mucho más militante. No solo los personajes que aparecen en ella, Ricardo Chávez y Alejandro Hernández, son parte de Mexicanos en el exilio, organización de la cual se desprenden muchas voces que posteriormente van a contar La libertad del Diablo. Ambas tienen que ver con el mismo contexto, donde cada 26 horas se agrede a un comunicador y más del 56% de esas agresiones son cometidas por miembros del Estado. De eso te habla después La libertad del Diablo: de cómo uno de los problemas que tiene este país son los vínculos criminales entre las fuerzas del orden y el crimen organizado.
¿Cuál crees que sea una solución para comenzar a frenar toda la violencia?
Son muchas cosas las que se pueden hacer. Para empezar, ya tendríamos que estar en un proceso de discusión sobre la despenalización de todas las drogas. También habría que ver a la drogadicción como un problema de salud y no uno policiaco. Y por último, es momento de crear las Comisiones de la verdad, que por lo menos permitan tener juicios transicionales, que no respondan a intereses políticos y que busquen resarcir daños a las víctimas.
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