En febrero es común cruzarse con notas y anuncios como “12 posturas sexuales para darle rienda suelta al amor”, “Top de moteles para celebrar el 14”, “Sorprende a tu pareja con el nuevo Trojan® Piel Desnuda”, etcétera. Tras un vistazo a revistas y periódicos sería lógico pensar que hay una cantidad considerable de mexicanos entregados al gozoso festejo de los placeres carnales. Le queda a uno la sensación tristona: todos están poniéndole menos yo.
Sin embargo, si te detienes a estudiar a las personas a tu alrededor, muchos no tendrán aire de estar dedicando sus noches a repasar el Kamasutra: dudo que Jennifer, la del piso dos, haya estado practicando el “pretzel” con su novio; que a Santiago, director de ventas, su esposa le premie cada sábado con “el sacacorchos”; o que EPN goce la diestra de la first lady en sibaríticos masajes de lingam. El rostro ubicuo está esculpido por el estrés y la insatisfacción; es ajeno a la alegría expansiva de las cópulas multiorgásmicas.
Quizá pertenezco a la frígida rebanada poblacional para quienes una miradita de coche a coche es una feliz contingencia erótica, no lo sé; pero la intuición me dice que somos bastantes los que andamos en tiempos de vacas flacas. Que en los medios se viva en el Jauja del tantrismo es otra historia.
El sesgo hipersexual de nuestra cultura exhibe, simultáneamente, la fascinación y la impotencia: paradoja trágica de la sexualidad contemporánea. Si el feminismo, la liberación sexual, el porno y el Internet contribuyeron al relajamiento de ciertas costumbres, también osificaron el imaginario erótico: sexy es moverse como Sharon Stone en Bajos Instintos y encarnar al garañón de erección perenne. La impotencia, las lonjas y el faje chaquetero fueron proscritos al pabellón de lo vulgar y lo disfuncional.
Ante las nuevas 12 posturas sexuales que proponen las revistas —más que fogosidad y lascivia— lo normal sería sentir el miedo a sufrir una contractura.
(José Manuel Velasco / @gueroterror)