En 1985 la ciudad de México se desplomó con el terremoto. De entre los grupos civiles de ayuda salieron unos chavillos universitarios y ceceacheros, con pinta de punks y pachucos, que se adjudicaron la tarea de reavivar espíritus con música de saxofones, entre The Clash y Perez Prado; con una fusión de rock con boleros y sones jarochos, y con letras que hablaban de la cultura popular mexicana.
En el 87, los huelguistas del Consejo Estudiantil Universitario organizaron una megamarcha a la Plaza de la Constitución. “Encima de un camión de redilas que renté dejando la factura del coche de mi jefa, nos fuimos tocando, medio de lado, entre cables y estudiantes, hasta el Zócalo. Es el concierto más grande que hemos dado en la historia de la Maldita Vecindad”, recuerda Roco, vocalista del grupo. A sólo dos años de existir, los malditos se colaron al corazón de la Ciudad de México, en más de un sentido.
Luego de seis discos, de que una generación brincara, se enamorara y llorara con sus rolas, de ser los cronistas sonoros de la ciudad, La Maldita Vecindad se separó en 2011. Pero un reencuentro en el Vive Latino 2014 los puso de pie… a ellos y a sus fans de todas las edades.
“Toda obra sigue vigente en la medida que el público se siga reflejando en ella –dice Pato, el guitarrista, dueño de uno de los automóviles más célebres de la ciudad: el Cocodrilo–. Cada país y cada cultura tiene música que lo identifica. Inglaterra no se puede desligar de los Beatles, México no se puede deshacer de ‘El Son de la Negra’, del ‘Huapango’ de Moncayo o José Alfredo Jiménez. Y tal vez en otras dimensiones, pero las canciones que hicimos se quedan vigentes como el soundtrack de una etapa social y de grandes cambios para el Distrito Federal”.
Treinta años después, quedaron lejos los ensayos entre paredes de libros y periódicos en la vieja bodega de Santa María La Ribera donde empezaron, también el taller en el que hacían sus propios carteles para las tocadas; se están extinguiendo los tragafuegos y los faquires callejeros, y de Don Palabras ya no tenemos noticia. Pero la Maldita Vecindad sigue remando a contracorriente, cumpliendo una función importante en la escena contracultural defeña. Así lo explica Pato: “Ya no adolescentes, bastante más adultos y con mucha más experiencia… pero la música sigue saliendo del corazón y seguimos dándole continuidad a nuestra tradición de resistencia y diversidad. Para la Maldita, el rock implica asumir una actitud de riesgo, lírico, musical y discursivo.
Aunque en muchos sentidos con el tiempo haya menguado y ahora exista toda una alineación de grupos a los que yo les llamo ‘rock neoliberal’, de esos que dicen: ‘No pasa nada, estamos a toda madre, aquí no hay muertas de Juárez, aquí no hay narcotráfico, no hay colgados en puentes, no hay devaluaciones, todo es drogas y rock and roll’, nosotros seguimos y seguimos tocando por preservarlo”.
“La Maldita Vecindad es el tiempo viviendo en la memoria, es música y pasión, son miles de historias, de la cultura popular, de la ciudad y del barrio. Es un gran festejo del corazón que nos pertenece a todos”, dice Roco. Este fin de semana, festejan 30 años de carrera y aprovechan para concluir algunos pendientes: dicen que sonarán canciones de un disco que tienen guardado desde el 94 pero que nunca salió.
“Ahora estamos trabajando de manera independiente, no tenemos que hacer papeleos con disqueras ni estamos supeditados a ventas. Es bien chido porque, ahora con tanta tecnología, estamos experimentando nuevos caminos para la música y los shows, en los ensayos han salido un buenos palomazos que podrían convertirse en rolas. Por lo tanto, este concierto es un acto liberador para poder seguir haciendo música y publicar el libro y documental que ya están en proceso” dice Pato. No es un adiós: es un “¿Dónde la seguimos?”.
La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio
Sábado 27 de junio
Palacio de los Deportes.
Viaducto Rio de la Piedad y Rio Churubusco S/N, Iztacalco
De $300 a $500