Jordi Soler: Escritor

POR LORENA VILLA PARKMAN

Jordi Soler (Veracruz, 1963), escritor mexicano hijo de exiliados españoles, publicó recientemente en México su nuevo libro, Ese príncipe que fui. Con más de 10 novelas en su bibliografía, dos libros de poemas, cientos de columnas periodísticas, una carrera de locutor y hasta en el Servicio Exterior Mexicano, Soler es sobre todas estas profesiones un poeta (es un decir): un prosista de primer orden que evoca en su obra la nostalgia propia de quien se reconoce hijo de dos patrias: la mexicana y la española.

¿Cuál fue ese elemento de la historia real en la que está basada tu nueva novela, Ese príncipe que fui, que te hizo decir: esto es ideal para mi siguiente libro?

He descubierto que esa historia era para mi novela. Es una historia que existía y que está documentada desde 1960 y tantos y a nadie se le había ocurrido escribirla. Seguramente se debe a los nexos mexicanos, tenía que ser un escritor mexicano que escribiera esta historia porque todo sale de aquí. Se trata de la hija de Moctezuma y esta interacción entre la impostura de la nobleza, de un español haciéndose pasar como noble azteca. Requería de una mirada cuando menos latinoamericana de este lado. En España se escriben sólo novelas realistas. A excepción de Vila-Matas y algún otro, todos hacen novelas tremendamente realistas, y ésta, a pesar de que está basada en la realidad, tiene otro color. Es una novela llena de ironía y sarcasmo. La realidad es más sosa.

Ese príncipe que fui se burla de la monarquía. ¿Qué opinas de los títulos nobiliarios y la realeza?

El narrador plantea que la monarquía es producto de un listo que tuvo la ocurrencia de decir: soy el rey de todos ustedes, y el pueblo ingenuo aceptó. Luego se fueron perpetuando.

El caso es que en Europa siguen habiendo monarquías. El fenómeno monárquico se ve con gran normalidad allá. Pero yo que nací en México y aunque viva en Europa me parece ridículo. No entiendo cómo alguien puede creer que Dios designó a un señor para gobernar a su pueblo. Parece que es de otro siglo, de la Edad Media para ser precisos. Por otra parte, la cantidad de ramificaciones que tiene el fenómeno es impresionante. Estos son los reyes, los monarcas, pero hay un planeta de nobles que van siendo cada vez más ridículos según descienden en la jerarquía monárquica: los barones, condes, marqueses. Mi novela incide en la parte más básica de los aristócratas, los que lo son porque se han podido comprar un título.

Regresando a la pregunta anterior, también creo que esta novela tenía que ser escrita por un mexicano o latinoamericano porque el europeo no ve con sorna el fenómeno. Le preguntas a un español por qué tiene rey y te dirá que porque es el jefe del Estado. Les parece contundente. Y luego uno le pregunta: ¿y Rajoy a qué se dedica entonces? Sobre todo tiene que ver con esta pulsión europea que, como dicen, inventó el mundo occidental. Ellos no se han puesto a hurgar en lo que son. Les parece normal y que así ha sido toda la vida. Esta novela pretende cuestionar eso. De hecho, ha causado cierta molestia en algunos sectores en España. Esto es gran noticia porque si molesta quiere decir que se ha leído.

Mencionas este tipo de nobles que compran títulos. Aquí no tenemos monarquía pero sí una clase política y social que hace prácticamente lo mismo: con dinero compran el derecho a ser líderes impunes.

No tienen títulos como dices porque no los hay, pero si se usaran sería una manera de sobresalir que seguro buscarían. El fenómeno es parecido. Lo que sucede es que detecto que todas las virtudes y todos los defectos de España en México se exacerban. Un político que roba en España se compra un ático en Marbella. Aquí se hace un partenón como del Negro Durazo. Aquí todo se espuma de una manera grotesca. Creo que es mucho más grave lo que pasa en México que en la aristocracia española. Al final los de España son personajes más bien ridículos pero no hacen tanto daño. Aquí hay todo un sistema de influencias, es más oscuro ese tema, hay mucha más arbitrariedad.

Dices que tanto las virtudes como los defectos de España se replican en México. ¿Qué virtudes podrías mencionar?

Hay un gran sentido de la hospitalidad. El español es muy generoso y solidario, como en México. Pero, sobre todo, es de los pocos países donde el vivir la vida se toma en serio. Esto era una virtud que perseguían los filósofos presocráticos antes de que Platón nos viniera a joder la vida. El arte de vivir la vida sólo existe en los países mediterráneos. Curiosamente son los únicos donde se sabe beber. En España, Francia, Italia y Grecia se bebe con mucha civilización. Son países de vino, que por sí solo tiene unas cualidades que hacen a los pueblos ser de cierta manera. México es un país de aguardiente, como lo son las naciones nórdicas, o Rusia o Polonia, donde se bebe de manea brutal para ponerte tonto. En los países mediterráneos se ha llegado a la cumbre de la civilización: beber dos copas de vino para adquirir un estado filosofal. Saber vivir la vida es una gran virtud que aprecio mucho de España y que hemos heredado, pero más que vivir la vida aquí en México es: viva la vida. Nuestro filosofo de cabecera, José Alfredo Jiménez, nos enseñó que la vida no vale nada y entonces uno se enfrenta a la vida así.

Hablando de vivir la vida, ¿cómo es la tuya?, ¿tienes rutinas que separan tu trabajo de tu tiempo personal?

Empiezo a trabajar muy temprano. Llevo a mis hijos al colegio y de regreso ya estoy sentado en mi estudio hasta las cinco de la tarde, cuando ellos regresan. Escribo siempre descalzo y nunca paso de la regadera antes de terminar mi jornada de novelista. Bebo café, aunque cada vez menos, y he dejado de fumar. No tengo vicios interesantes para escribir.

Y cuando has hecho poesía ¿es igual?

La poesía es más caprichosa y llega de vez en cuando. No puedo sentarme a escribir poesía. El resto del día trabajo en artículos que escribo en periódicos, un trabajo que resiste el paso por la regadera. Me baño y eso divide el día: ya vestid, porque las novelas las escribo en pants o pijama. Una vez que paso por la regadera, me dedico a la prensa o a leer, parte de mi oficio.

¿Cómo fue trabajar para el Servicio Exterior Mexicano en Dublín?

Es una situación privilegiada. Me gustó mucho. Además, mi familia fue rescatada por diplomáticos mexicanos que la invitaron a venir a México. Cuando fui agregado cultural sentí que pagaba un poco esta deuda. Fue un trabajo que me gustó pero que tuve que interrumpir porque tenía que seguir con mi oficio.

Además como había poco presupuesto tenía que conseguirlo todo con amigos. Por ejemplo, José Luis Cuevas llevó una exposición porque era amigo del embajador y yo era amigo de la directora de la casa de Oscar Wilde donde hacen exposiciones. Cuevas nos prestó sus cuadros y la señora nos prestó el espacio para exhibirlos. Era muy complicado pero interesante. Me sacó durante dos años de mi monotema: sentarme a escribir.

¿Cómo se escribe en México?

En México hay una forma de escribir que no existe en España. Leo a mis colegas españoles con frecuencia, y recurro a mis colegas mexicanos para coger un poco de aire fresco. Como te decía hace rato, los españoles escriben literatura realista y en México se escribe literatura disparatada. Llena de energía. Últimamente me conmovió Emiliano Monge con El cielo árido. Me parece un novelón, árido como lo dice el título, pero me parece que le ha dado la vuelta al universo rural mexicano.

Volviendo un poco a las familias, la nobleza y esos temas, ¿para ti cuál es la importancia de compartir un apellido?, ¿tiene un peso, una herencia?

Yo creo que hay mucho de impostura en el tema de los apellidos. También creo que los grandes nombres deben ser en cierto momento una tortura para quien los lleva. Si eres hijo de Leo Messi y no eres bueno para el futbol eso debe arruinarte la vida, preferirías apellidarte González.

Cuando te preguntan quién eres y de dónde vienes, ¿cómo empiezas a hablar de tus orígenes y de tu familia?

Lo primero que digo es que soy mexicano de Veracruz, hijo de una familia de exiliados republicanos y que soy un niño de pueblo.

Hay otro escritor en tu familia (Álvaro Enrigue). ¿Cómo era el ambiente en tu casa?, ¿cómo salieron dos escritores de ahí?

Mi padre es un gran lector, siempre había libros en casa. Mis dos abuelos también lo fueron. Tuve una infancia rodeada de libros y además de personas que los leían y que admiraban a escritores. Había una verdadera afición por la literatura. En casa de mis padres, educaban con el ejemplo. Si mi padre hubiera llegado a decirme: hay que leer porque es bueno, hoy probablemente yo sería Leo Messi (risas). Pues me hubiera dedicado a otra cosa, pero como lo único que hacía era acercarse a leer frente a mí… de tanto leer acabé escribiendo.

¿Detectas algún momento donde decidiste que te dedicarías a esto?

Tenía 10 años cuando escuché un disco de Joan Manuel Serrat en donde musicalizaba los poemas de Miguel Hernández. Me quedé muy asombrado de lo que era capaz de decir alguien con palabras. Inmediatamente fui por los poemas de Hernández y recibí un flechazo para siempre. Primero con la poesía y luego ya con el tiempo me empezaron a apasionar las novelas.

Tu primer amor fue la poesía…

Yo era poeta, los novelistas me parecían vulgares porque no los entendía y porque era tonto. Poco a poco me fui interesando en las novelas, y en cuanto escribí la primera me pareció que ése era el arte que me gustaba. Me quedó claro.

¿Pero qué fue específicamente lo que te gustó más de las novelas que no encontrabas en la poesía?

De la poesía me gustaba la magia. Sobre la novela me parecía que sistematizar una historia ya entrañaba un método que vulgarizaba el oficio. Porque la poesía es magia pura. Pero esto es un pensamiento típico de un joven. Una vez trascendido ese punto de vista me di cuenta de que era una tontería. Es tan difícil escribir una novela que un poema, incluso más difícil, con todo respeto para los poetas.

¿Lees las obras de tu hermano?, ¿él te lee?

Lo que pasa es que él y yo tenemos cosas más importantes de qué hablar, compartimos una historia familiar, un código genético, y ésas son dos realidades fundamentales. No hablamos nunca de nuestros libros. Yo lo leo y él me lee, y a veces nos mandamos un mail para decirnos algo, pero no es un tema que nos interese. Él es mi hermano el pequeño, yo soy el mayor, y tenemos muchas más cosas de qué hablar que de nuestra obra.

¿Cuál ha sido tu mayor logro profesional y personal hasta ahora?

Mi mayor logro personal es mi familia. Mi mujer y mis hijos. En el porcentaje que a mí me toca porque compartimos el mérito. Mi mayor logro profesional es seguramente haber llegado a la novela número 10 sin desfallecer.

Varios personajes de tus novelas, de repente, tienen una epifanía, o descubren un secreto que les cambia la vida o los deja en shock. ¿Cuál fue la última vez que recibiste una noticia que te haya movido o haya cambiado el rumbo de tu vida?

No he cambiado mucho de rumbo, ha ido todo adecuándose a los años que ido cumpliendo, simplemente. No sé qué decirte. Lo pensaré.

¿Cuál de tus personajes consideras que tiene más en común contigo?

No me siento a gusto con la novela que escribo hasta que no estoy mimetizado con el personaje. Ahora el príncipe Moctezuma me encanta, como en la novela anterior me encantaba el santo que iba haciendo milagros por las calles. Todos han sido mis favoritos durante el tiempo que he estado con ellos. Después pones el punto final y ya será otro el que se sienta el príncipe Moctezuma.

Por cierto, ¡ya sé! Regresando a la pregunta anterior. Lo que me ha hecho pensar mucho es la muerte de algunos amigos. La de Rita Guerrero me hizo mirar las cosas de otra forma. Me hizo ver de golpe, de una manera brutal, lo desamparados que estamos. Pero en esto pienso a veces y procuro no pensar mucho en ello.