Hace unos meses, Cruzvillegas inauguró la exposición Empty Lot (Lote Vacío) en uno de los espacios dedicados al arte contemporáneo más privilegiados y visitados en el mundo: la Turbine Hall del museo Tate Modern. Dicha escultura sintetiza la exploración de Cruzvillegas alrededor de cómo se construye el espacio público, cómo —si es que sucede— se construye el Yo que habita nuestro cuerpo, qué empuja la vida incluso en las circunstancias menos propensas, cuáles son las fuerzas que intervienen en ello, y un sinfín de preguntas más que encuentran un albergue en el virtuosismo multifacético del escultor mexicano.
Con respecto a tu más reciente obra, Empty Lot, en la Turbine Hall, has dicho que uno de los ingredientes principales de la monumental escultura es la esperanza. También has dicho que el aprendizaje y el descubrimiento son quizá los elementos centrales de tus procesos creativos. ¿Concibes esta obra como la búsqueda —dentro del entorno mundial de violencia y desigualdad, de barbarie y frivolidad— de una idea, de un territorio conceptual que te permita seguir adelante?
Esta escultura significa una síntesis de toda mi obra anterior, sin pretender representar algo en particular; cuando afirmé que la esperanza es el material principal, quise decir que cualquier cosa puede suceder, incluyendo lo que aparece como una pura inactividad, la aridez, las interpretaciones contrarias. Hay demasiada actividad en ese sitio: muchos escarabajos, hormigas, lombrices, esporas y otros seres conviviendo intensamente, sin parar, desde que comenzamos el montaje. Cuando todo alrededor parece haber sido normalizado en su monstruosidad —la violencia, la desigualdad social, la estulticia, el abuso, la corrupción, la miseria, el autoritarismo, el despilfarro—, la naturaleza nunca se detiene en su sexualidad exuberante y amoral, incluso en las peores condiciones climáticas y ambientales.
De hecho nuestra debacle la afecta y la transforma, pero siempre ella nos carcome y nos rebasa, desde el hongo en la uña del pie hasta los sustitutos de azúcar y los tsunamis. De todo esto no podemos sino intentar hacernos nuevas y mejores preguntas sobre quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, para qué, porqué. O al menos tratar de redactarlas mejor, cosa que genera un abismo rotundo entre los conceptos de esperanza y optimismo. Aprender, pues. Espero que en la Turbine Hall estén retoñando sobre todo las preguntas.
El eje emblemático de tu obra es el proyecto Autoconstrucción, que ha atravesado también por la fase de Autodestrucción. ¿Crees que con el paso del tiempo esta dimensión de tu obra pueda ser vista como una expresión que sintetice la narrativa del crecimiento, la precariedad y la zona limítrofe con el colapso sobre la que se “desarrolló” la Ciudad de México?
Recién estaba procurando acercarme al concepto jamaiquino shantytown —primo hermano de las villas miseria argentinas, favelas brasileiras, callampas chilenas, chabolas, arrabales, chacaritas, trench towns, cartolandias, slums, ciudades perdidas, hutments y bidonvilles— para descifrar su posible genealogía, para descubrir, tal vez felizmente, que su raíz etimológica procede de la palabra chantier: un sitio de construcción, o en construcción. Más allá de la narrativa que supone la referencia a la autoconstrucción, me interesa el contexto en que se ha integrado al lenguaje como una situación asociada a una economía “en desarrollo”, algo inacabado, probablemente para siempre: es algo que da fe de la promesa incumplida del desarrollo, o sea la promesa del consumo.
Y aun más lejos del contexto local (que es el que me ha determinado ineludiblemente a acercarme, a acariciar y hacer mía la palabra), me interesa su condición humana, que no universal, cercana a la grotesca violencia que representa la necesidad de desplazarse de la tierra para intentar encontrar un rincón en la jungla urbana que pudiera significar la palabra “albergue”. También me sigue pareciendo un enigma su impresionante cercanía a una metáfora —también inconclusa— asociada a la construcción del Yo, si es que algo así pudiera existir.
¿Lo político es una dimensión esencial en el arte?
Claro. Como lo es de la ciencia, de la tecnología, de las artes marciales, de la religión, de la filosofía y de la alquimia. La neutralidad ideológica es un mito construido desde las más oscuras entrañas de un espectro definitivamente politizado que ha dominado el espíritu cuentachiles de la objetividad capitalista y su genealogía. Claro que no quiero con esto decir que el arte —o la ciencia— deba producir propaganda o panfletos, ese es otro simulacro.
Has dicho que a pesar de que tu obra pueda adquirir la forma de escritos, canciones, dibujos, obras de teatro o películas, entre otras, eres esencialmente un escultor y éstas son variaciones de esta disciplina. ¿Por qué es importante para ti concebir tu obra de esta manera y en qué sentido se puede apreciar el carácter escultórico de tu obra cuando utilizas otros lenguajes?
No encuentro más que posibilidades descriptivas diversas para aproximarme a la realidad. La ubicuidad de la cuarta dimensión, la simultaneidad —que no el tiempo—, permite existir en muchos momentos y espacios de muchas maneras, con formas que pueden ser acaso percibidas como contradictorias, inestables, precarias, alegres y sudadas; recuerda a Fray Servando Teresa de Mier, Thomas Muir, Antonin Artaud, Harry Smith, Ricardo El Finito López, Robert Filliou y Julián Carrillo, son buenos ejemplos de experiencias de multiplicidad efectiva —que no necesariamente eficiente—.
La escultura, análoga en su pluralidad saprófita con nosotros como huéspedes —a veces parásitos— puede ser habitada en forma de página, llave de media, estrofa, paisaje, choza, dieciseisavo de tono, carrete de nitrato de plata, sopa Juliana, balón, unos unos y unos ceros. Etcétera.
¿Crees que el arte tiene la posibilidad y la facultad de fungir como catalizador para la trasgresión política y la transformación social?
El arte, más allá de sus productos —llámense partituras, cassettes, vinilos, cedés, performances u óleo sobre telas—, es una constante transformación, no la representa ni la determina: Es. Y no para, por eso a veces es imperceptible. La constante inestabilidad de sus herramientas y lenguajes transgrede también sus propias políticas y agendas; si esto no sucede entonces tampoco puede hacerlo con cualquier otro tipo de política.
Las determinaciones históricas, económicas y sociales del arte exigen de los trabajadores de la cultura una conciencia dura que ocasionalmente genera vueltas de tuerca, giros inesperados, rupturas epistemológicas, divergencias de los paradigmas y las convenciones que pudieran aparecer como híbridos, como algo que no es lo que se supone que debiera ser. Eso es el arte: no la percepción de esos momentos, sino la transformación, que afecta naturalmente la transformación de la sociedad, de la realidad.
Lo “definitivamente inacabado” es otro ingrediente importante en tu trabajo. Tus obras frecuentemente tienen elementos que hacen que la obra se transforme conforme pasa el tiempo (unos limones que se pudren, semillas que germinan). En este sentido el tiempo y la metamorfosis parecen ser elementos esenciales para ti. ¿Puedes observar tu propio proceso de transformación haciendo una cartografía de tu obra?
Esa determinación fue abrazada por el ajedrecista Marcel Duchamp cuando percibió su trabajo como una pura transitoriedad pasajera, añadiéndole además la posibilidad de hacer “una obra que no fuera de arte”. Y no solamente tiene que ver con la impermanencia de la materia —de acuerdo a la ley de su conservación—, sino también con la inestabilidad incesante de los posibles significados que pude tener cualquier cosa de acuerdo al individuo que con ella se involucre.
Yo he traído ese perogrullo místico e indiscutible a mi cancha refiriendo a la identidad en permanente construcción, a la autoconstrucción. Yo, como casi todos, crezco, me seco, me pudro, fallezco, revivo y retoño floreciendo inmarcesible —al menos aparentemente— mientras pretendo redactar en voz alta (exponiendo y publicando) frente a todos la pregunta acerca de quién soy, de dónde vengo, a dónde voy, porqué, para qué. Acaricio esa cartografía soñada como un espejismo que da sed. Mucha…
Nos puedes recomendar un libro, una película y un disco que hayan sido importantes para ti este año. Tres de cada uno.
Aquí mi selección arbitraria, sudada, contradictoria e inestable:
LIBROS
Los Collected Poems 1934-1953, de Dylan Thomas. Law in a Lawless Land, de Michael Taussig, antropólogo que comenzó a hacer trabajo de campo en Colombia en 1969. Preñado de memorias plenamente subjetivas, el relato que redactó acerca del terror que devino sistemático en una pequeña población colombiana del valle del Cauca, a partir del empoderamiento de los paramilitares y sus estrategias de “limpieza”, se siente muy cercano y al tiempo distante en la medida en que nuestra situación geográfica complica más lo que pareciera ser un escenario previsible por similar.
En su destreza narrativa, Taussig se ha permitido una libertad casi excéntrica –para un especialista, un científico- en el uso de herramientas procedentes de la etnografía, la crónica, la literatura, así como la “insensatez” de adoptar en esta joya el formato del diario personal. Aux bords du monde, les réfugiés, de Michel Agier, quien he desarrollado una de las más generosas plataformas críticas para entender el fenómeno migratorio, no solamente como clave de la historia de la humanidad, sino también la genealogía de la intolerancia, que hoy nos envuelve como algo inherente a nuestra vida cotidiana, como algo normal, al igual que la violencia que maniqueamente se nos hace pasar como inherente —a lo humano—. Nuestra intolerancia nos ha llevado al territorio de la indigencia moral, de la precariedad más desoladora, por violenta.
PELÍCULAS
Angst essen Seele auf, de Rainer Werner Fassbinder, justamente una historia de intolerancia que se sucede periódicamente donde quiera que haya migrantes. En México —país en el que se sigue usando la palabra “indio” como insulto— la historia de esta película podría ser también la de un indígena, no necesariamente la de un inmigrante.
Viento aparte, de Alejandro Gerber Bicecci. Una película sobre la posibilidad de reunir las piezas de un rompecabezas hecho a chingadazos, en las peores circunstancias, con las condiciones mínimas para que algo suceda. Un lote baldío. Roma, de Elisa Miller. Un viaje. Un viaje políticamente incorrecto, complejo, incómodo, desastroso. Una fantástica película, demasiado vigente.
DISCOS
Donker Mag, de Die Antwoord. Discazo híbrido, para el que la palabra samplear es un eufemismo de cualquier cosa que uno se podría imaginar y que siga pudiendo llamarse música. Sandinista, el disco más punk de The Clash, que es al mismo tiempo el menos punk del punk. En compañía de Elena Burke, de ella misma; favor de escuchar con atención Ámame como soy, con letra del vate Pablo Milanés.